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lunes, 30 de noviembre de 2009


Calíope había leído el cartel ya tres veces, y todavía no daba crédito a lo que había escrito en él. Era una letra de hombre, grande y vistosa. En apenas unas líneas se leía:

"Si eres un humano, no estás infectado y estás leyendo esto, ¡Enhorabuena!
Coge el extremo del interfono, estira del cable tres veces y hablaremos.
Si suena bien al otro lado te diré donde estoy refugiado y podremos compartir refugio y alimento."

Parecía una broma pesada, no obstante era demasiado tentador como para dejarlo correr. Calíope estiró del cable tres veces y esperó escuchando sin demasiada esperanza con el envase del yogur en la mano. Ajena en la calle el cable subía por la fachada y entraba por uno de los últimos balcones del edificio. Nada más entrar en la vivienda se enroscaba en una campanilla sujetada a una polea. Esta comenzó a tañer. Sorprendido por lo inesperado del sonido tardó en reaccionar. Dejó sus tareas y corrió hacia la ventana de observación desde donde podría espiar a quien tiraba del cable sin ser visto. El invento de la campanilla sólo había funcionado un par de veces con esta y lo cierto es que estaba ilusionado. Miró por la ventana y no pudo más que asombrarse. Era una mujer, una mujer joven la que estaba tirando del cable. Se aclaró la garganta cogió el otro yogur y se dispuso a hablarle a través del hilo que acompañaba al cable.

- ¿Hola? -Comenzó dubitativo. - ¿Sí? ¿Me oyes? -Respondió Calíope.
- Sí, sí, ¿estás bien? ¿estás herida? -Continuó él. - No, no, estoy bien. He leído el cartel y ...
- Lo sé, suena un poco a broma, pero no se me ocurrió una mejor manera de discriminar entre los supervivientes y los infectados. No saben leer, ¿lo sabías? -Preguntó algo inocente.
- Lo intuía. -Dijo Calíope con un tono poco condescendiente.
- Bueno, voy a bajar y subes. Tengo más o menos de todo. No sé cuales son tus planes, pero si quieres te puedes quedar un par de días o bueno no sé el tiempo que quieras. Retrocede unos 50 metros y encontrarás un patio con doble reja. Yo tardaré un poco pero en seguida te abro. Si vienen zombies mientras tendrás que despistarlos. No pienso abrir si algo no va bien o si sospecho algo. Podrás volver a llamar cuando todo se calme. ¿Todo claro? -Preguntó. - Cristalino. -Le cortó ella.

Calíope comenzó a retroceder como le había indicado el desconocido del cartel. Pronto se encontró la verja negra y reforzada con maderas que sin duda habría mejorado él o los habitantes del edificio. Él continuó observándola por la ventana mientras cogía algunas cosas y se vestía con las protecciones habituales. Al cabo de unos minutos que parecieron horas Calípe oyó ruido desde la segunda verja que se entreveía desde los tablones. - ¿Sigues ahí? ¿Estás bien? -dijo él. - Sí, sí, estoy bien, no hay moros en la costa. -Respondió ella ya un poco cansada de tanta murga.

La verja se abrió después de descorrer varios pestillos. -¡Hola! Bienvenida a mi pequeño edificio. ¡Pasa, rápido! Tenemos que darnos prisa.- Calíope entró azuzada por sus indicaciones y atravesó las dos verjas que daban acceso al interior del edificio. El interior estaba cálido, algo más que en la calle. Había un bidón de plástico que contenía un líquido rojo al lado de la segunda verja. El hombre se asomó, inspeccionó los dos lados de la calle y al comprobar que no había nada ni nadie se metió para dentro y cogió el bidón. Lo abrió y comenzó a esparcir el líquido rojo por toda la acera y el espacio entre las dos verjas. -Es vino tinto del malo. Cabezón y además apesta. En anteriores ocasiones he utilizado otras cosas como alcohol, agua oxigenada o lejía. Pero es lo que me queda ahora y creo que también funciona. Los despista y no hace que husmeen por aquí.- Cerró a cal y canto las dos verjas y en silencio se dirigió hacia su piso franco. -Acompáñame por favor. Hoy eres mi invitada.-

Vicisitud

domingo, 29 de noviembre de 2009


Al principio pareció correr desconcertada. Sin rumbo fijo se limitó a zigzaguear entre los edificios: manzana izquierda, manzana derecha, de nuevo izquierda, tratando de despistar a sus perseguidores. Todavía trataba de asimilar lo que había ocurrido esa noche. El sueño premonitorio que la había ayudado a tener una ventaja. Ese ser de nuevo apareciendo en mitad de la noche casi sin poder distinguir sueño de realidad. Por un momento creía que se había vuelto loca. Y que una vez más se encontraba en una pesadilla. Sin duda la soledad le estaba pasando factura. El aislamiento al que se veía forzada la estaba llevando al límite.

Se estaba adentrando en un barrio que no conocía. Sabía donde estaba en la ciudad, en que parte, distancias, referencias, pero no conocía esas calles. Así era fácil caer en un callejón sin salida o quedar atrapada entre varios grupos de zombies. La situación se había ido complicando desde que decidió ir en busca de las personas que quería. No sabía si las podría encontrar, ni tan siquiera si seguían vivas, pero algo en su interior la empujaba a buscarlas. A saber qué había sido de ellas. Después tendrían que huir. Pero antes había que encontrarlas. Mucho antes de eso había que descansar y reorganizarse.

Había pasado ya un tiempo prudencial. Ya hacía tiempo que había dejado de oírlos. Detuvo su carrera y comenzó a caminar. Las calles en ese barrio mostraban la estampa habitual que ya había visto por toda la ciudad. Calles vacías de humanidad, con algún que otro vehículo. Ningún cadáver. Mucha sangre por doquier: en paredes, en portales, en la calle, en la acera. Continuó caminando mientras amanecía. Cuando giró la última esquina que recorrería ese día, la luz del amanecer trajo un halo de esperanza sobre ella. En el medio de un edificio colgaba desde el piso más alto una especie de cable, no podía verlo muy bien desde donde se encontraba. El cable llegaba prácticamente a metro y medio de la acera. En su extremo final había algo enganchado y justo unos centímetros por encima una especie de cartel de cartón.

Para Calíope era como si alguien hubiese escuchado sus plegarias. Se detuvo en seco frente al cartel. Lo leyó y con una sonrisa en los labios cogió el envase del yogur que colgaba del cordón.

Countdown

martes, 24 de noviembre de 2009

Se vistió apresuradamente. Se estaba atando firmemente las zapatillas cuando la puerta de la entrada con todos sus pestillos fue desencajada de sus goznes con una carga brutal. Se ajustó la mochila y cogiendo la escopeta con las dos manos, saltó por la ventana de su cuarto a la galería de la cocina.

En ese mismo momento un zombie pasó por delante de la puerta de la cocina rumbo al comedor, Calíope apuntó a la puerta y disparó justo cuando el que iba detrás del primero se asomaba por la puerta de la cocina. El impacto fue en el hombro y en el cuello, prácticamente le separó la cabeza del cuerpo e hizo que saltara en el aire cayendo de espaldas sobre otro zombie que iba detrás. Doce. Se encaramó al marco de la ventana y apoyando la espalda en el quicio volvió a disparar, esta vez amputó al siguiente desgraciado su pierna derecha, y sangrando cayó al suelo. Once. El infectado siguió arrastrándose pero poco importaba. Se giró y saltó.

Fue a parar al tejado de uralita de la casa del primero. Dando una voltereta aterrizó de cuclillas en medio del patio de abajo. Avanzó hacia la puerta que conectaba el cuartito de la lavadora, de la secadora y del calentador con la casa principal. El corazón se le iba a salir del pecho. La adrenalina y el miedo recorrían sus venas por completo. Era tal la tensión que creía que se le iban a agarrotar las manos sobre la escopeta. Miró hacia el cielo y pudo verlo claramente. Su figura musculosa se perfilaba asomando prácticamente todo el torso por el borde de la terraza al patio de luces. Era él. Era el monstruo que acabó con su vida en aquel sueño no tan lejano. Un terrible escalofrío la sacudió por completo devolviéndola a la realidad. En frente había una puerta de aluminio con bastantes cristales a modo de dibujos. Se giró y disparó contra la ventana por la que había saltado. Reventó la cabeza de un zombie que se estaba encaramando ya para perseguirla hasta abajo. Diez.

Dio gracias por haber elegido la escopeta, ya que se estaba demostrando que en esas distancias era un arma mortal. Pateó la puerta a la altura de la cerradura y el pestillo saltó. Mejor, no quería desperdiciar ningún disparo, en esta situación podría necesitarlos todos. Avanzó rápidamente hacia la oscuridad reinante en la casa, en seguida se hizo patente un olor como a descomposición enclaustrada hace mucho tiempo. Oyó un aullido agudo y pasos corriendo en su dirección. No esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Nueve. El fogonazo del disparo iluminó el pasillo. Una niña infectada y bastante demacrada recibió el impacto de pleno. Prácticamente sin esperarse a que tocara el suelo el amasijo ensangrentado en el que se había convertido, continuó por el estrecho y largo pasillo que terminaba en una habitación al fondo por donde habría venido seguramente corriendo la niña y a la izquierda parecía desembocar en...

Un siseo agudo de nuevo y pasos apresurados desde la izquierda. Ocho. El disparo alcanzó a la madre en un costado y la lanzó contra el mueble del comedor. El impacto hizo que unas cuantas figuras de porcelana y algunos libros de una enciclopedia cayeran encima del cuerpo de la madre. Todavía se movía y sin duda se acabaría levantando pero tenía que salir del edificio. No sabía cuánta ventaja les llevaba a los que iban por detrás de ella. Se desvió bordeando una mesa y llegó al balcón.

Las ventanas estaban cerradas y las cortinas echadas. Se apresuró en abrirse paso, no se molestó en cerrar la puerta del balcón tras sí. Se asomó a este. Estaba a escasos tres metros del suelo. Debajo del balcón un poco escorada había una furgoneta aparcada. No se lo pensó ni un segundo. Se subió al borde de la barandilla y saltó. La caída abolló el techo de la furgoneta pero no se hizo ningún daño. Bajó rápidamente rodando sobre sí misma y cayendo por el lado más alejado de la acera. Se acercó rápidamente a la moto para poder largarse de allí echando leches. A pesar de su celeridad para abandonar el piso ya era demasiado tarde. Varios de esos zombies estaban alrededor de su moto, olisqueándola e incluso mordiendo alguna de sus partes. Se acerco un poco más hasta que tuvo la linea de fuego despejada.

Siete. La moto explotó en mil pedazos. Lanzó los cadáveres de los zombies que estaban custodiándola a varios metros de distancia. Ya no había marcha atrás. Se giró y comenzó a correr por el medio de la calle. Comenzó a recargar la escopeta mientras miraba por dónde iba a continuar. Tenía que despistarlos, tenía que alejarse de allí a toda prisa y poner tierra de por medio. Recordó una conversación que había mantenido con otro de sus ex. Era un fanático del deporte, de la lucha más bien. Una vez se pasó toda una tarde explicándole como su instructor les recalcaba una y otra vez que en un combate, pasara lo que pasase había una cosa que tenían que hacer siempre. No olvidarse de respirar. Advirtió en ese momento que le faltaba el resuello. Tanta tensión y tanta adrenalina le habían hecho contener la respiración en cada disparo, en cada movimiento que había emprendido. No iría muy lejos si no recuperaba el aliento. Mira que había gente simple en el mundo, reflexionó. Por lo menos eso era antes.

Calíope corrió con un único pensamiento en su cabeza. Tenía la sensación desde que había entrado en la ciudad, de que un estrecho cerco se iba cerrando sobre ella.

Titania

miércoles, 18 de noviembre de 2009


Era una noche cerrada. La lluvia y las nubes se habían disipado hacía un par de horas. La luna daba al barrio la única iluminación posible. Desde las azoteas desiertas se divisaban en la lejanía ciertos cuadrantes en los barrios de la ciudad que disponían de luz. Afortunados ellos que aún poseían electricidad si es que quedaba alguien con vida para disfrutarla. En ninguna otra situación el ser humano sería tan consciente de lo que significaba tener algún bien básico garantizado. Por otra parte era una estampa bonita si no sabías a qué era debida. La ausencia de contaminación lumínica dotaba a la noche y a las estrellas de una belleza inusual. De improviso algo captó su atención, un movimiento, sutil al principio, poco después demasiado obvio. Habían decenas de esas criaturas dispersas, agazapadas, corriendo por las azoteas, rastreando, olfateando, observando por los patios de luces de los edificios. Parecían ir en búsqueda de algo.

Al cabo de un rato una de ellas pareció encontrar algo. En uno de los patios de luces donde se asomó había una ventana abierta. Una ventana que daba a una galería. Una galería que tenía un calentador encendido. Esa llama azulada era una prueba de lo que buscaban. Se giró y comenzó a saltar. Emitía gruñidos, jadeos, y hacía aspavientos con los brazos para llamar la atención de alguien.

Al cabo de unos minutos de tensa espera varios de esos seres comenzaron a correr y a tratar de señalar al que había encontrado algo. Simultáneamente en lo alto de una buhardilla, agarrado a los cables tensores de una antena de televisión permanecía impasible un no-muerto apolíneo. Escrutaba el horizonte con determinación absoluta, como si leyera en la oscuridad alguna profecía sobre su futuro. A los pocos minutos captó su atención un movimiento cercano. Con un gesto de su enorme mano hizo que cesaran las señas. Saltó de lo alto de la construcción al firme de la terraza y comenzó a avanzar con paso decidido. Iba directamente hacia la terraza donde habían encontrado algo. El resto mientras tanto se arremolinaban expectantes alrededor del explorador que había hecho el hallazgo.

Cuando llegó al borde del patio de luces quiso comprobar con sus propios ojos que era lo que habían descubierto para él. Al ver la llama azul, sus ojos se encendieron. Levantó el brazo y señaló a la puerta que daba acceso al edificio desde la terraza. Era una puerta de madera bastante carcomida. Apenas aguantó dos embestidas de la jauría de monstruos que acababa de enviar escaleras abajo.

Era la hora de ponerse en marcha. Una suave brisa penetró a través de la ventana de Calíope y le rozó el rostro.

Calíope despertó sobresaltada, ya sabía ...

... que venían.

Rainy

sábado, 14 de noviembre de 2009


Abrió la ventana de la galería. Había comenzado a llover. La noche era cerrada. A continuación encendió el calentador usando un par de cerillas que había encontrado en la mesa auxiliar de la cocina. Con paso decidido se encerró en el baño principal dispuesta a darse un generoso baño. Había todo lo necesario. Usó sales que había en un estante para preparar un baño caliente. Se tumbó tratando de relajarse y se puso una toalla caliente en la nuca. Su mente comenzó a procesar todo lo acaecido los últimos días.

Todo había ocurrido demasiado deprisa. Casi sin tiempo de asimilar todos los acontecimientos se había visto obligada a sobrevivir en un mundo que no reconocía. Primero la recomendación y posterior prohibición de salir de casa. Ella se había quedado en casa ya que libraba un par de días seguidos. A su madre todo la pilló trabajando en el hospital y decidió quedarse para ayudar en lo posible. Y su padre, dada la particular profesión de este, si seguía estando en su lugar de trabajo tenía esperanzas de que se encontrara a salvo. El peor parado había sido su hermano. En paradero desconocido desde que empezó todo, cuando apareció infectado en la puerta de casa no pudo hacer otra cosa que encerrarlo y salir corriendo. Tenía que haber una cura, alguien tendría que estar trabajando en ello. La humanidad no podía destruirse de la noche a la mañana.

Vació la bañera y se puso de pie . Abrió el grifo de la ducha, se aclaró y comenzó a enjabonarse de nuevo. Su piel tersa y suave no ofrecía resistencia. Su cuerpo estaba relajado, su alma seguía tensa. Comenzó a extrañar a Tina. Sus manos, sus besos, su cuerpo, hubiera dado cualquier cosa por tenerla allí en ese momento. Comenzó a enjabonarse el pelo al mismo tiempo que las lágrimas comenzaron a surcarle las mejillas. Jamás se lo perdonaría. Habían roto un par de semanas antes del primer caso y desde entonces no había vuelto a saber nada de ella. Sus pensamientos mientras esperaba en su casa la llegada de algún familiar habían sido para su familia e inconscientemente la había apartado de sus pensamientos. Sin embargo ahora como estaba, vulnerable, sola y destrozada, cada pensamiento, cada recuerdo que le venía a la mente era una punzada directa a su corazón. La echaba tanto de menos.

Cuando cerró el grifo de la ducha dejó de llorar. Tenía que rehacerse, tenía que seguir luchando. No podía dejar que la pena la embargara de nuevo. Terminó de secarse y fue a la cocina. Tenía mucha hambre. No se había dado cuenta hasta ese momento que no había comido nada en muchas horas ya. Preparó una cena frugal. Gastó las latas que el anciano tenía abiertas en la nevera, descartó el fiambre, y aprovechó el pan duro que encontró en la panera y algo de fruta bastante madura. Se bebió el zumo cenando, y dejó la leche para el final con unas galletas que encontró en un bote.

Una de las cosas que había aprendido es que tenía que anticiparse y prever los posibles riesgos y las situaciones complicadas. Tenía que estar preparada y lista para cualquier contingencia. Así que antes de irse a la cama tenía que preparar la mochila. Registró superficialmente la casa y encontró algunas cosas que le serían de utilidad: cerillas, pilas para la linterna, una afilada navaja, una toalla limpia de mano, un par de velas, un mechero y algunas latas de comida fueron su botín. No había ropa para ella en la casa aunque la moda había dejado de ser una de sus prioridades.

Estaba demasiado cansada para pensar en nada más. Recogió la mochila y la escopeta y se dirigió a la habitación que estaba al lado del baño principal. Apoyó la escopeta y la mochila al lado de la cama. Se desvistió, se metió en la cama y arrebujándose con las sábanas se quedó profundamente dormida.

Calma

viernes, 13 de noviembre de 2009


Había perdido la noción de cuánto tiempo llevaba allí sentada. La luz seguía siendo muy débil, rojiza, en la lejanía alumbraba las siluetas fantasmagóricas de un largo pasillo.

Se levantó. Comenzó a caminar, arrastraba la mochila al andar mientras mantenía la escopeta apoyada en su hombro derecho. No había luz en la casa salvo aquella al fondo del pasillo. Aunque tampoco era algo que le importara demasiado. A su paso iba dejando habitaciones tras sí. Contó cuatro, todas a su izquierda. Había algún cuadro pero no se detuvo, sus ojos llorosos sólo seguían el débil resplandor rojo. El pasillo terminó en una especie de comedor doble. Eran dos estancias en una. Una zona con sofá y sillones, con el omnipresente televisor, y otra que ejercía de comedor con su mesa grande y con sus seis sillas alrededor. En el medio de la mesa pudo ver sobre una bandeja metálica un cirio rojo, al cual no le quedaba mucha más luz que ofrecer. Dejó la mochila en el suelo apoyada contra una pata de la mesa y cogió el cirio respetuosamente. Sin duda la persona que lo encendió seguía las tradiciones cristianas y honraba a sus difuntos en la festividad de Todos los Santos.

Con esa pequeña iluminación volvió al recibidor, donde se había quedado sentada apartando la vista del interior de cada habitación. Comprobó la puerta y vio que tenía varios pestillos. Los corrió todos. Al darse la vuelta para continuar con su exploración se sobresaltó al comprobar su deplorable aspecto en el espejo que había en el recibidor. Casi no se reconocía. Estaba llena de polvo y de suciedad. Grandes surcos limpios le recorrían las mejillas justo debajo de los ojos. Tenía algunos rasguños y el pelo enmarañado. El chandal se encontraba roto y tiznado por varias partes. Buscó en los cajones del mueble que había debajo del espejo y encontró una pequeña linterna. Ansiosa, presionó el botón y la linterna se encendió.

Llevó de nuevo la vela al lugar que le correspondía y retornó rápidamente a la habitación del principio. La puerta estaba entornada. La abrió con cautela y comprobó que era una habitación grande y espaciosa de matrimonio. Dos cómodas una a cada lado de la cama custodiarían las cosas más preciadas de los dueños, mientras que el doble armario que cruzaba por completo la pared más alejada de la puerta albergaría su ropa. En la cama yacía apaciblemente un anciano de unos ochenta años aproximadamente. Calíope se acercó. Por su rictus llevaría muerto unas veinticuatro horas, no muchas más. Seguramente murió durmiendo y se le había dibujado una última sonrisa en su rostro. Ella pensó que era la mejor forma de abandonar el mundo en la actual situación. Durmiendo y soñando con algo que te hiciera sonreír. Cubrió con la sábana y la manta lo poco que quedaba al descubierto de ese hombre y con pasos cortos y silenciosos, abandonó respetuosamente esa habitación. Cerró la puerta y se dirigió a la siguiente. La primera que pertenecía al pasillo.

Esa puerta estaba abierta. No se entretuvo mucho tiempo en ella. Había una mecedora, un armario, una máquina de coser, y una mesa con ropa, tejidos y carretes de hilos. Continuó su particular búsqueda y lo siguiente que encontró fue un baño. Un baño pequeño, con lavabo, espejo, un mueble pequeño debajo del lavabo y un inodoro. No había ducha ni bañera. Entró en él y comprobó si había agua corriente. Cuál no fue su sorpresa al ver el agua cristalina salir del grifo, probó un poco y descubrió que era potable. Cogió una toalla de mano y poniéndosela al hombro salió del baño a explorar la siguiente habitación.

Acababa de encontrar la cocina. No olía excesivamente mal así que supuso que si encontraba algún alimento no debería estar en mal estado. Ojeó los estantes y la mesa camilla para ver si había algo interesante de un primer vistazo y no vio mucho. Abrió la nevera y estaba fresca pero no fría. Debía estar apagada desde hacía tiempo. Habían un par de latas abiertas, algún que otro fiambre que se aguantaba como podía y varios tetrabriks de zumo, leche y vino. Cerró la puerta de la nevera y vio algo que le llamó más la atención. Al fondo de la cocina había una pequeña galería cuya ventana daba al patio de luces que había visto desde el pasillo del edificio. Tenía un calentador justo encima de la lavadora. Vio los conductos casi instantáneamente y buscó en las puertas bajas del mueble de la cocina. Finalmente encontró una bombona de butano. La agitó y tenía gas. Quizá pudiera darse un capricho antes de irse a la cama.

Continuó con su registro, la cocina desembocaba en el comedor. Ahora con la linterna pudo ver las fotos de la pareja de ancianos tiempo atrás. Fotos de sus hijos casándose, o en comuniones y demás celebraciones. Sin embargo fue la que halló al lado de la bandeja la que la conmovió realmente. Era una foto de la mujer de aquel anciano que debió tomarse mucho tiempo atrás. Se mostraba joven y sonriente a la cámara que la retrató, de fondo aparecían unos jardines y ella parecía que estaba corriendo y giró el rostro para el retrato con su melena castaña al viento. Era guapa, pero lo que más llamó la atención de Calíope fue que irradiaba felicidad. La felicidad que sólo te puede conceder el saberte con la persona a la que amas y que ese amor te es correspondido. Calíope aflojó la linterna y se tuvo que apoyar con las dos manos sobre la mesa. Dolía tanto ...

Poco a poco como pudo regresó a su tarea. Al fondo del comedor había una puerta. Esta daba a otra habitación con una cama sencilla que se comunicaba mediante una ventana con la cocina. Al lado de esta habitación se encontraba el baño principal, este sí con bañera y bastante más amplio que el otro. Sólo restaba el balcón que se encontraba al otro lado del comedor, con las cortinas echadas y las persianas bajadas, no consideró que hubiera que llamar la atención abriéndolo.

Fix You

domingo, 8 de noviembre de 2009


Cerró la puerta tras sí y se derrumbó dejándose caer con la espalda apoyada en la puerta. Se quitó la mochila y la soltó a un lado con la mano izquierda mientras con la derecha sujetaba la escopeta que ahora descansaba apoyada en su regazo.

El cansancio y el agotamiento habían hecho mella en ella. La tensión acumulada, la soledad, la tristeza, todo se había arremolinado en su cabeza. Su alma rompió a llorar incapaz de contener ese torrente de emociones que luchaba por emerger a la superficie. Ella no se dio cuenta pero empezó a cantar en susurros. Al principio eran casi imperceptibles pero poco a poco iban cobrando fuerza a medida que afloraban sus sentimientos...

Cuando das lo mejor de ti y aún así no lo logras
Cuando obtienes lo que quieres pero no lo que necesitas
Cuando te sientes tan cansada, pero no puedes dormir
Te sientes incapaz de seguir adelante

Se sentía profundamente desgraciada en un mundo completamente corrompido y devastado por la infección. Había perdido su vida, a su familia, a la persona que amaba y empezaba a ...

Cuando te deshaces en lágrimas
Cuando pierdes algo que no puedes reemplazar
Cuando amas a alguien pero se echa a perder
¿podría ser peor?

pensar si no sería mejor acabar con esta triste existencia de una forma rápida e indolora. No tenía ningún tipo de esperanza.

Las luces te guiarán a casa
y te reconfortarán
y yo trataré de curarte

Se sentía completamente desgraciada, completamente impotente, desmoralizada para emprender cualquier acción o tratar de revertir la situación. El problema es que no había nadie en quién apoyarse, estaba sola, sin apoyo, sin un hombro en el que poder llorar. La pena la estaba desgarrando por dentro.

Cuando estás en lo más alto o hundida en lo más profundo
Cuando estás tan enamorada como para dejarlo correr
Pero si nunca lo intentas nunca sabrás
lo que realmente vales

Las luces te guiarán a casa
y te reconfortarán
y yo trataré de curarte

Continuó cantando su canción favorita a la vez que lloraba desconsoladamente, ahora ya sin tratar de silenciar su llanto. Lloraba por su hermano, por su madre, por su padre, y fundamentalmente... por Tina.

Mira como las lágrimas resbalan por tu rostro
Cuando pierdes algo que no puedes reemplazar
Mira como las lágrimas resbalan por tu rostro y yo
Mira como las lágrimas resbalan por tu rostro
Yo te prometo que aprenderé de mis errores.
Cuando llores a lágrima viva...

Aunque siempre hay un halo de esperanza. Aún en las más difíciles situaciones. Cuando parece que está todo perdido y que las cosas sólo pueden empeorar, entonces...

Las luces te guiarán a casa
y te reconfortarán
y yo trataré de curarte

al final del pasillo comenzó a distinguir una tenue luz rojiza que titilaba...

Helgedad

miércoles, 4 de noviembre de 2009


Ya tenía claro que no le daría tiempo a llegar antes de que la noche se cerrará sobre ella y la ciudad. Debía encontrar un refugio para pasar la noche lo antes posible y si encontrara algo de comida mucho mejor. Estaba en un barrio periférico, cruzando una de las arterias de entrada al centro de la ciudad cuando volvió a ver algo que la sobresaltó. Las otras veces no le había dado importancia pero ahora era distinto.

Esa figura que acababa de ver de refilón llevaba una especie de jubón carmesí con una capucha que le ocultaba el rostro por completo. No era la primera vez que había visto uno de esos. En uno de los edificios que dejó a un lado de la carretera poco después de dejar la urbanización ya creía haber divisado uno. En aquel momento creyó que eran alucinaciones y no le dio mayor importancia. Sin embargo, cuando abandonó el callejón de detrás de la farmacia, vio una sombra granate ocultarse tras una esquina próxima a un supermercado. Y ahora lo había visto, no era un infectado, era otra cosa, ¿pero el qué? Y ¿por qué parecía que la estaban siguiendo? Sin duda eran humanos, o por lo menos las figuras se asemejaban. No poseían ningún rasgo característico ya que todo quedaba oculto tras sus atuendos. Capa o jubón poco importaba, eran oscuras y tenían siempre distintas tonalidades. Todo era muy extraño, a cada paso que daba en la ciudad surgían más preguntas y muy pocas respuestas.

No podía demorarlo más. Giró bruscamente a la izquierda y entró en la primera calle que se le ocurrió. Era un barrio humilde de edificios viejos de protección estatal. Para dormir daría igual. Seleccionó un patio de un edificio que parecía desierto y aparcó la moto en la puerta preparada para salir a toda velocidad. No dejó las llaves puestas pero tampoco bloqueó la rueda delantera. Había que buscar el equilibrio entre seguridad y rapidez en caso de escapar. El patio disponía de una puerta con reja de madera con cristales pequeños y cuadrados, y de un ventanal al lado. Miró los timbres y vio que tenía doce puertas. Bueno, el siete siempre ha sido número de buena suerte, no? -pensó. Envolvió la escopeta con su chaqueta del chandal y rompió lo más silenciosamente que pudo con la culata el cristal que le dio acceso al pestillo de la puerta.

El interior estaba oscuro, tuvo que esperar a que sus ojos claros se acostumbraran a la oscuridad. Apretó el interruptor de la luz pero no sucedió nada. Tendría que haber buscado refugio antes, ahora se la tendría que jugar a oscuras. Comenzó a internarse en el patio despacio, procurando no hacer ruido, escuchando sin cesar todo lo que podía aguardarla. No oía más que el latido de su corazón y su nerviosa respiración. La finca no disponía de ascensor, así que empezó a subir por las escaleras. Llegó al primer piso y algo de luz entraba todavía por las ventanas que daban a los patios de luces. Cuatro puertas. Tendría que subir al segundo piso. Todavía no había escuchado ningún ruido peligroso, no obstante no podía fiarse. Con bastante demora llegó delante de la séptima puerta.

Abrió la ventana que daba al patio de luces de ese lado del edificio y observó con detenimiento las ventanas de la vivienda séptima. Sin señales de vida en el interior. Vio justo donde estaba la fachada de la cocina de su objetivo que debajo había una cubierta de uralita la cual cubría algunos electrodomésticos de la vivienda de abajo. Ahora tenía otro problema, ¿cómo entrar sin llamar la atención? ¿Y por qué coño se le ocurrió elegir una vivienda del segundo piso? Cualquier vivienda del primer piso sería mucho más fácil de allanar y en caso de emergencia de abandonar rápidamente. Comprobó sin la menor esperanza si la puerta estaba abierta, sólo por si acaso, cuál no fue su sorpresa al ver que la puerta se abrió sin oponer resistencia.

Tenía que ser la siete la que estuviera abierta. El número de Tina.