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lunes, 22 de febrero de 2010


Los pasos de las deportivas de Calíope resonaban por los pasillos desiertos de lo que una vez fue su hospital. Ya llevaba un par de horas en él y se encontraba totalmente fuera de lugar. Los pasillos que antes eran familiares ahora se habían convertido en retazos de una pesadilla que jamás habría imaginado. Rastros de sangre seca señalaban las intersecciones y entraban y se perdían en los quirófanos, en las salas de espera, hasta en los despachos. Manchas de sangre adornaban las otrora asépticas paredes. Restos humanos aparecían por doquier a cada paso que daba. Esos pasos que la llevaban cada vez más cerca del paradero de su madre.

Aún llevaba la carta que su madre le había dejado en el despacho que ocupaba cuando no estaba operando. Él había tenido la delicadeza de leérsela. Como no podía haber sido de otra forma conociendo a su madre, le comunicaba a ella o a cualquiera que fuera a buscarla, que no iba a abandonar el hospital. Su madre seguiría atendiendo a la gente mientras pudiera, ya que su vocación era la de servir. En la carta también le indicaba en qué ala del hospital se iban a refugiar con los heridos y enfermos no infectados una vez descartada la evacuación.

No sabía cuanto tiempo había pasado desde que se lo llevaran pero no haría más de una hora que vagaba sola por el hospital. No dejaba de pensar en él, en su sacrificio para darle una oportunidad. Su gesto bien merecía que encontrara supervivientes. Y para eso tenía que concentrarse. Debía apartar su recuerdo de su mente. Era algo muy complicado pero tenía que hacerlo. Costara lo que costase.

Después de adentrarse en el ala que le había indicado su madre y de haber repelido un par de ataques menores ya creía encontrarse cerca de su objetivo. Las señales que iba encontrando eran inquietantes pero no dejaban de ser indicaciones de que alguien seguía vivo. Habían pintado en las paredes con algún tipo de spray que habían supervivientes, su número y la dirección de por dónde se encontraban. Habían empezado con una treintena y el número no había parado de descender. A pesar de eso era una buena señal ya que en casi todos los edificios que había encontrado señales anteriormente todas eran para indicar lo contrario, la ausencia de vida humana.

Al girar el pasillo por el que iba a la izquierda se encontró con lo que buscaba. Al fondo del mismo se hallaban las puertas de la cocina. Unas puertas abatibles metálicas que ahora se encontraban atrancadas desde dentro presumiblemente. Los infectados que se agolpaban en la puerta no le dejaban distinguir más. Habrían unos siete, puede que ocho. Algunos estaban tumbados en el suelo inertes. Otros permanecían de pie, enfrentados a la puerta, gimiendo, esperando, hacía mucho tiempo que habían dejado de aporrear la puerta o de tratar de abrirla con las manos desnudas. Comenzó a avanzar hacia ellos con la escopeta en ristre. Un par de ellos se giraron casi de inmediato. Comenzaron a avanzar hacia ella al principio dubitativos pero al poco ya corrían poseídos sin duda por la sed de sangre. Cuando habían recorrido la mitad de la distancia que les separaba de Calíope, ella abrió fuego.

De un único disparo abatió a los dos. La estrechez del pasillo y la distancia a la que había disparado convertían a la escopeta en un arma temible una vez más. En seguida el resto de los infectados captaron la presencia de Calíope, aunque ella no esperó a que empezaran a acercarse y abrió fuego mientras seguían agolpados ante las puertas. Una, dos, tres, hasta cuatro veces tuvo que disparar para incapacitar a la mayoría. Unos cuantos habían empezado a correr en pos de ella, el resto o se acercaba arrastrándose o se encontraba lo bastante débil como para no moverse. Aún tuvo que emplear un par de disparos más para liquidar a los que yacían en el suelo.

Una vez asegurado el pasillo y apartados los cadáveres a los lados de los que una vez fueron personas corrientes comenzó a llamar a la puerta. Usaba la señal de SOS internacional. Imaginaba que si quedaba alguien con vida apreciaría la ironía. Al cabo de un rato que pareció eterno pudo oír como se arrastraba algo muy grande al otro lado. Se apartaban muebles y otras cosas que sin duda eran bastante pesadas y por fin pudo escuchar una voz que le resultaba extrañamente familiar.