Tiresias

martes, 21 de septiembre de 2010

- Vamos! Explícamelo antes de que dispare. Porque puedes estar seguro de que como tu explicación no me satisfaga dispararé. Me importa una mierda que me hayas dado cobijo o que folláramos ayer por la noche. -le gritó Calíope a Jon dejándolo perplejo.

La mano firme de Calíope se cerró aún con más fuerza alrededor de la pistola. Ya la había amartillado así que estaba más que preparada para disparar. Sus ojos destilaban determinación y Jon intuía por su expresión que no vacilaría en disparar. Sin embargo ella no estaba del todo segura. Era una atrocidad lo que había descubierto en la puerta once, pero quizá hubiera una explicación para ello. Su juramento de ayudar a los demás estaba por encima de todo y dificilmente podría vivir tolerando una matanza similar. Sin embargo comenzaba a dudar de que fuera capaz de dispararle. Aunque se esforzaba denodadamente por no mostrar un ápice de duda.

Jon estaba al principio del pasillo todavía limpiándose las manos del desayuno con un trapo de la cocina. El portazo de ella le hizo salir al pasillo para ver qué ocurría. Ella avanzó apenas un par de pasos. En cuanto lo tuvo a la vista se detuvo y le apuntó. Sabía de sobra lo que había descubierto y por qué se la veía tan afectada. En fin, había llegado la hora de la opereta.

- Antes de que me juzgues o de que me condenes por un delito deberías escuchar mi versión. -comenzó Jon pausadamente, tratando de disimular los nervios, y dotando a su discurso de toda la calma y veracidad de la que era capaz. - Cuando recogí a mi segundo grupo de refugiados... -tragó saliva. Hará unos cinco o seis días, ya no sabría decirte con exactitud. No era tan cauteloso como lo fui contigo. Como habrás podido comprobar eran ocho personas. Habían cinco miembros de una misma familia. El resto estaban solos. Se habían encontrado por la ciudad e iban juntos sin rumbo. Los niños lloraban, los mayores tenían la mirada ida, sólo unos pocos podían valerse por si mismos. Estos eran los que tiraban del resto. Los recogí y les di refugio. Les pregunté si estaban heridos y a parte de rasguños, cortes leves y moratones nadie me dijo que estuviera herido. Pero a dos miembros de la familia les habían mordido. "Espero que sepas comprenderlo." - musitó casi entre dientes.

- ¿Y por eso los mataste? ¿Por eso mataste a gente inocente? ¡¿Por eso mataste a personas que no estaban infectadas?! ¡Maldita sea Jon! ¿Es que has perdido el juicio? -cada pregunta fue creciendo hasta gritar la última. Calíope no soportaba la idea de que murieran inocentes, de que se hubieran sacrificado vidas humanas.

- No, todavía no. No fue así exactamente. -trató de replicar. - O venga, va! No me vengas con esas. ¿Soy enfermera recuerdas? He visto sus heridas, he visto los cuerpos en descomposición. -argumentó. ¡Por favor! - Escúchame! Luego podrás juzgarme. Los infectados le habían ocultado ese hecho a su propia familia. Aunque no a toda. Sabían que si les descubrían estaban fuera y que los abandonarían a su suerte. Por eso sólo se lo confiaron a uno de ellos. El caso es que tardaron más de un día en presentar los síntomas. Todos nos habíamos confiado. Bajamos la guardia. Y fue una auténtica masacre. Intenté aislarlos, separarlos, para que no contagiaran al resto pero en seguida hubieron más mordidos. Conseguí abatir a algunos con ayuda de un superviviente pero los miembros de la familia enloquecieron al ver a los suyos atacados! No pude hacer nada por salvarlos. Claro que hubieron bajas colaterales. Imagina una escopeta en un sitio tan pequeño. No fue mi intención. Pero tenía que elegir, ¡eran decisiones de vida o muerte en cuestión de segundos.! Al final me refugié en uno de los baños del piso. Esperé hasta que hubiera un bando vencedor y cuando los gruñidos y los zarpazos llegaron a la puerta del baño sabía lo que tenía que hacer. -Jon bajó la cabeza casi entre sollozos. - ¡Murió gente que no estaba infectada! -contraatacó ella. - Eso no lo sabemos. Puede que al principio de la infección si te matan no manifiestes los síntomas como los infectados que mueren tiempo después. Tú hubieras hecho lo mismo, se trataba de sobrevivir.

Calíope continuó apuntando con su arma a Jon. Ya no tenía tan claro que fuera a disparar. Probablemente en la situación que tuvo que vivir Jon hubiera hecho lo mismo. Era un buen hombre, aunque sin duda se había visto sobrepasado por las circunstancias. - Está bien. Te creo, pero no toleraré que me mientas ni que me ocultes nada como eso. Si vamos a permanecer juntos, deberemos confiar el uno en el otro. Si no es mejor que nos separemos. -sentenció ella.

- Te he abierto la puerta de mi refugio y te he aceptado sin reservas. ¿Es que eso no cuenta para nada? -preguntó él con tono de reproche. - Por supuesto, es la principal razón para que no te haya disparado. -dijo ella. - Quería comentarte una cosa que me reconcome por dentro desde ayer. -pidió educadamente Jon.

- Deja que sea yo la que te comente un par de cosas primero. Te agradezco mucho lo que has hecho por mi. Te agradezco mucho el cobijo, la comida, y el equipo. Pero que no te quepa ninguna duda de que hubiera sobrevivido igualmente sin tu ayuda. Lo que ocurrió ayer fue sexo. Solamente sexo. Dos personas adultas disfrutando. Nada más. Nos encontramos solos, necesitados, exhaustos, quién sabe si volveremos a estar con otro ser humano a excepción de nosotros. Nada más. No te montes películas, mi corazón pertenece a otra persona y le seguirá perteneciendo. Ha sido un pasatiempo, una distracción, siento decírtelo así pero es la verdad. Si sufres por lo que pensará tu mujer, tranquilo, seguro que no le importa lo que pasó ayer. Si esto va a suponer un problema para ti no te preocupes que no volverá a suceder. "Espero que puedas comprenderlo."

7 Minutos

martes, 1 de junio de 2010


Su pulso aún estaba desbocado. Se detuvo en el rellano de las escaleras de ese piso, tratando de recuperar el resuello. Se sentó contra la pared controlando los dos accesos y la puerta cerrada al frente. Dejó la pistola a un lado, cargada y todavía humeante del encuentro anterior y comenzó a recargar la escopeta. Un piso antes se había quedado sin munición teniendo que recurrir a la pistola.
Aún sin rastro de vida, este era el edificio indicado. Debía encontrarla allí. Aún quedaban unos pisos para acceder al ala determinada por la carta. No era el camino más corto sin embargo era el camino donde menos resistencia debería encontrar.

Ahora que ya se había calmado un poco, recordó el primer hospital que había visto cuando iba con la moto. Parecía que hacía años de aquello. En ese instante tomó conciencia de a qué se debían esas sensaciones de temor, desasosiego y angustia. Después de ver y de vivir en primera persona el horror en el que se habían convertido los hospitales dudaba seriamente de que algún día pudiera volver a trabajar en uno. Si hubiera tenido que definir en qué se había convertido su hospital diría sin dudarlo que en un purgatorio. Almas que ya no pertenecían a los vivos sino a unos engendros incansables buscando cualquier vestigio de vida para extinguirla o unirla a su causa. Una dantesca antítesis del verdadero y loable propósito por el que existían los hospitales. Claro que eso había sido antes, mucho antes. Le dolía la cabeza. Pensaba demasiado. Llevaba días pensando demasiado. Se sentía confusa, perdida. Una y otra vez pensaba en cómo lo había perdido, en cómo había cambiado todo, en si encontraría a alguien con vida en un edificio con tanta muerte y desolación.
En esas mismas escaleras donde ahora se sentaba se había besado con no pocos médicos y residentes. A menudo eran escarceos que no terminaron en nada serio, para ella no eran más que momentos de distensión. Muchas veces empezaban o terminaban en las cenas del hospital...

Un chirrido sacó de su ensimismamiento a Calíope. Por el rabillo del ojo vio claramente como la manivela de la puerta giraba. Mecánicamente empuñó la pistola y apuntó hacia la puerta mientras se ponía de pie y comenzaba a afianzarse para subir corriendo las escaleras. La puerta se abrió de golpe y el primer infectado se abalanzó sobre el sitio que había ocupado hacía unos instantes. Ella le disparó a bocajarro, en la cabeza. Y comenzó a subir los escalones de tres en tres. Tenía que ganar algo de distancia para poder abatir a los que venían detrás de ese. ¿Pero cómo diablos han abierto la puerta si no podían? -pensó fugazmente. Alcanzó el rellano del piso superior y apuntó al que subía detrás de ella, el primer impacto lo retrasó brevemente al impactarle en el torso. Tenía que ser más precisa con la pistola si quería sobrevivir. El segundo disparo lo hizo sin darle tiempo al zombie a subir más de dos escalones y esta vez no falló. Su masa encefálica fue dispersada por toda la escalera.

Sin perder un segundo evaluó su situación: se había dejado la mochila y la escopeta en el piso inferior, tendría que recuperarlas, cuando la puerta se abrió le dio tiempo a ver a tres infectados no obstante podrían ser más. No estaba segura. Le quedaban cuatro balas... El siguiente apareció al pie del tramo de escaleras, la miró desafiante, era un hombre de color, con el pelo rapado, de unos cuarenta años bastante corpulento. Calíope apuntó a las piernas. Esta vez tuvo más puntería, el disparo destrozó la rodilla izquierda del hombre impidiéndole subir las escaleras. Este comenzaba a arrastrarse para subir los peldaños que le separaban de su presa cuando otros dos infectados aparecieron girando rápidamente el descansillo y, arrollando a su compañero caído, comenzaron a salvar corriendo la distancia que los separaba de Calíope. Ella abrió fuego sin pensar, dos disparos para acabar con el primero de ellos, quedaba una bala. La tensión era palpable, el pulso se había disparado de nuevo y la adrenalina fluía intensamente por su cuerpo, cuatro escalones, tres escalones, el infectado subía hacía ella sin vacilar, llevaba un uniforme de enfermero... No, ahora no podía prestar atención a eso. Apretó el gatillo y un chasquido le comunicó su error. Se había equivocado llevando la cuenta, un error que podía costarle carísimo.

No había tiempo para girarse y continuar la huida, en su lugar Calíope se agarró con las dos manos de la barandilla y saltó hacia abajo con las dos piernas por delante. Golpeó en el plexo solar al desafortunado zombie y este cayó rodando escaleras abajo. Sin perder la iniciativa bajó lanzada en pos de la escopeta. Pasó por encima del hombre alto, teniendo especial cuidado de que no le agarrara. Cerró la puerta de una patada mientras recogía la escopeta. Remató a los dos zombies malheridos y después de cerciorarse de que la zona era segura, comenzó a recoger sus cosas.

En silencio, soportando la carga y la contradictoria culpabilidad de haber sobrevivido una vez más, comenzó a recargar las armas que le quedaban. No volvería a cometer el mismo error que hacía unos minutos.

Nat

domingo, 9 de mayo de 2010


Cuando Jon despertó, Calíope hacía tiempo que se había marchado de la cama dejando su silueta fría en el colchón. Como un resorte cogió su pistola y se levantó de la cama. Rápidamente comprobó la casa cerciorándose de la ausencia de Calíope. Debía de haber salido a explorar alguno de los pisos del edificio, como le había sugerido
la noche anterior.

El olor a sexo en la habitación espoleaba como un estigma la conciencia de Jon. A las pesadillas habituales tenía que sumar ahora los remordimientos por haber traicionado a Nat. Hacía años que había dejado esta vida, pero él seguía queriéndola con locura. Había intentado conocer a otras mujeres antes, animado por sus compañeros, pero ninguna cita salió bien. Siempre las comparaba con Nat y siempre salían perdiendo. Muchas veces había intentado autoengañarse con esa frase tan típica de "ella habría querido que siguieras con tu vida...", pero nunca se había tragado esos consuelos. Lo que sí era un hecho es que tanto Nat como Sara no iban a volver. Nadie se las iba a traer sanas y salvas, es más, jamás las volvería a ver ni disfrutar de su presencia. ¿Tan malo era el hecho de haber disfrutado de una noche de sexo? Estaba claro que para su conciencia sí. Tendría que explicárselo a Calíope y aclarar lo sucedido la noche anterior. De no hacerlo podría volverse loco. Pero después de tantos años, ¿cómo podía seguir sintiéndose así? Era absurdo. Nat tenía que comprender (en el hipotético caso de que lo estuviera viendo) que sólo había sido sexo, que se sentía muy solo, tremendamente solo por no mencionar que podría morir en cualquier descuido. Con esto no trataba de justificarse, sólo de hacer más llevadera la losa de su conciencia. Probablemente el que no se perdonara la muerte de Sara, por haberse mantenido en su puesto de trabajo en vez de abandonarlo como hicieron muchos otros, no ayudaba a mejorar su estado anímico.

Firmó una tregua consigo mismo, como había hecho tantas otras veces y comenzó a preparar el desayuno. Se asomó a los miradores que tenía dispuestos para vigilancia: el día estaba nublado, ni rastro de ellos. Hoy tendría que empezar a entrenar a Calíope si quería que le acompañara en el próximo "vaciado" ya que no quedaban muchos días para preparar la siguiente mudanza. Además, quería preguntarle por su siguiente paso. Si tenía alguna idea de qué iba a hacer o de a dónde quería dirigirse.

Jon estaba preparando un desayuno casi continental, faltaban algunos ingredientes básicos pero qué le iba a hacer, cuando recordó lo que había dejado dentro de uno de los pisos con una equis negra. Ahora ya era demasiado tarde para remediarlo así que comenzó a preparar una coartada por si la necesitaba. Dudaba mucho de que Calíope entrara en ninguna vivienda marcada en negro pero por si acaso tendría que tener preparada alguna excusa.

Mientras tanto, en un piso más abajo del que se encontraba Jon, Calíope se anudó un pañuelo tapándose la boca y la nariz y se adentró en la onceava puerta. La equis que le daba la bienvenida era de color negro.

137 Sekunden

lunes, 22 de febrero de 2010


Los pasos de las deportivas de Calíope resonaban por los pasillos desiertos de lo que una vez fue su hospital. Ya llevaba un par de horas en él y se encontraba totalmente fuera de lugar. Los pasillos que antes eran familiares ahora se habían convertido en retazos de una pesadilla que jamás habría imaginado. Rastros de sangre seca señalaban las intersecciones y entraban y se perdían en los quirófanos, en las salas de espera, hasta en los despachos. Manchas de sangre adornaban las otrora asépticas paredes. Restos humanos aparecían por doquier a cada paso que daba. Esos pasos que la llevaban cada vez más cerca del paradero de su madre.

Aún llevaba la carta que su madre le había dejado en el despacho que ocupaba cuando no estaba operando. Él había tenido la delicadeza de leérsela. Como no podía haber sido de otra forma conociendo a su madre, le comunicaba a ella o a cualquiera que fuera a buscarla, que no iba a abandonar el hospital. Su madre seguiría atendiendo a la gente mientras pudiera, ya que su vocación era la de servir. En la carta también le indicaba en qué ala del hospital se iban a refugiar con los heridos y enfermos no infectados una vez descartada la evacuación.

No sabía cuanto tiempo había pasado desde que se lo llevaran pero no haría más de una hora que vagaba sola por el hospital. No dejaba de pensar en él, en su sacrificio para darle una oportunidad. Su gesto bien merecía que encontrara supervivientes. Y para eso tenía que concentrarse. Debía apartar su recuerdo de su mente. Era algo muy complicado pero tenía que hacerlo. Costara lo que costase.

Después de adentrarse en el ala que le había indicado su madre y de haber repelido un par de ataques menores ya creía encontrarse cerca de su objetivo. Las señales que iba encontrando eran inquietantes pero no dejaban de ser indicaciones de que alguien seguía vivo. Habían pintado en las paredes con algún tipo de spray que habían supervivientes, su número y la dirección de por dónde se encontraban. Habían empezado con una treintena y el número no había parado de descender. A pesar de eso era una buena señal ya que en casi todos los edificios que había encontrado señales anteriormente todas eran para indicar lo contrario, la ausencia de vida humana.

Al girar el pasillo por el que iba a la izquierda se encontró con lo que buscaba. Al fondo del mismo se hallaban las puertas de la cocina. Unas puertas abatibles metálicas que ahora se encontraban atrancadas desde dentro presumiblemente. Los infectados que se agolpaban en la puerta no le dejaban distinguir más. Habrían unos siete, puede que ocho. Algunos estaban tumbados en el suelo inertes. Otros permanecían de pie, enfrentados a la puerta, gimiendo, esperando, hacía mucho tiempo que habían dejado de aporrear la puerta o de tratar de abrirla con las manos desnudas. Comenzó a avanzar hacia ellos con la escopeta en ristre. Un par de ellos se giraron casi de inmediato. Comenzaron a avanzar hacia ella al principio dubitativos pero al poco ya corrían poseídos sin duda por la sed de sangre. Cuando habían recorrido la mitad de la distancia que les separaba de Calíope, ella abrió fuego.

De un único disparo abatió a los dos. La estrechez del pasillo y la distancia a la que había disparado convertían a la escopeta en un arma temible una vez más. En seguida el resto de los infectados captaron la presencia de Calíope, aunque ella no esperó a que empezaran a acercarse y abrió fuego mientras seguían agolpados ante las puertas. Una, dos, tres, hasta cuatro veces tuvo que disparar para incapacitar a la mayoría. Unos cuantos habían empezado a correr en pos de ella, el resto o se acercaba arrastrándose o se encontraba lo bastante débil como para no moverse. Aún tuvo que emplear un par de disparos más para liquidar a los que yacían en el suelo.

Una vez asegurado el pasillo y apartados los cadáveres a los lados de los que una vez fueron personas corrientes comenzó a llamar a la puerta. Usaba la señal de SOS internacional. Imaginaba que si quedaba alguien con vida apreciaría la ironía. Al cabo de un rato que pareció eterno pudo oír como se arrastraba algo muy grande al otro lado. Se apartaban muebles y otras cosas que sin duda eran bastante pesadas y por fin pudo escuchar una voz que le resultaba extrañamente familiar.

Cardinal Sin

martes, 19 de enero de 2010


Jon despertó inquieto. Algo lo había despertado y no era habitual, no lo era desde que tomaba tantas precauciones. Instintivamente sacó la automática que guardaba debajo de la almohada y apuntó hacia la figura de la puerta en un único gesto ensayado miles de veces. Entonces distinguió el candil y el camisón sobre la piel broncínea que reflejaba la luz de la vela. Estaba de pié mirándole y su silueta indicaba que iba a acercarse mucho.

Lentamente dejó la pistola en la mesita mientras ella se iba aproximando a la cama de matrimonio. - Antes de que hagas nada de lo que nos podamos arrepentir me gustaría decirte...- Jon trató de terminar la frase. Pero Calíope ya estaba al borde de la cama. Con un leve gesto deslizó su camisón y este cayó silencioso desde sus hombros. - Shhhhhhhh.- Apenas fue audible pero fue lo suficientemente sugerente como para acallar el reparo de Jon.

Con un gesto lleno de sensualidad Calíope dejó el candil en la mesita justo al lado de la pistola y se deslizó entre las sábanas. Jon sintió la calidez de su cuerpo inmediatamente. Dormía habitualmente con el torso desnudo, sólo con unos pantalones de pijama y dio gracias por esa elección. El cuerpo de Calíope estaba torneado y bien definido. Sus curvas no eran muy pronunciadas pero eran tremendamente atractivas para cualquiera. Calíope se tumbó al lado de Jon apoyando sus senos en el torso desnudo y simétrico de él y sin mediar palabra sus labios encontraron los de él. Al principio eran besos tiernos, cargados de sensualidad y de delicadeza. Aunque poco a poco fueron haciéndose más salvajes. El juego previo había dejado paso a lametones, mordiscos y a unos besos desaforados. Los dos se encontraban solos, en un mundo devastado y acababan de sellar un pacto silencioso, un pacto con su saliva, con su deseo. Esa noche los dos dejarían a un lado muchas cosas (reparos, escrúpulos, vergüenza, ...) y se dedicarían el uno al otro.

Calíope comenzó a besar a Jon por el cuello, los hombros, el pecho, y lentamente fue bajando por sus abdominales. Jon le puso las manos en los hombros y comenzó a musitar una especie de protesta que ella cesó con un rápido movimiento de su mano derecha la cual posó su dedo índice sobre los labios de él. Jon pareció rendirse y Calíope reanudó su marcha hacia los pantalones de Jon. Se los quitó no sin ayuda y comenzó a besar sus piernas, sus ingles, y finalmente su miembro.

Los labios de Calíope eran exactamente como Jon se había imaginado. Con volumen y perfectamente perfilados le estaban proporcionando un placer indescriptible. Subían y bajaban, besaban, cubrían, succionaban, todo con una delicadeza y una destreza que sorprendió a Jon. Cuando se quiso dar cuenta estaba tan excitado que casi tuvo un orgasmo en la boca de Calíope. Al tratar de avisarla ella detuvo sus travesuras y ascendió de debajo de las sábanas. Se limpió con el dorso de la mano y lo besó con una mirada que sólo invitaba a la lujuria. Llegados a ese punto a Jon ya no le quedaban argumentos para negarse a lo que iba a suceder.

Calíope se puso encima de él a horcajadas y comenzó a moverse lentamente. Los pechos de Calíope eran suaves y tersos. Sus pezones se endurecieron al entrar en contacto con el aire de la habitación. Y Jon los acunó con delicadeza. No colmaban sus suaves manos, pero eran más que suficientes para que ella tuviera un busto precioso. Con movimientos suaves comenzó a describir círculos, balanceándose sobre Jon. Él estaba excitadísimo. La pelvis de ella le oprimía el sexo y le proporcionaba un placer que no había experimentado muchas veces a lo largo de su vida. Ella comenzó a incrementar el ritmo, ahora movía su cintura arriba y hacia abajo con fuerza, sintiéndolo dentro. Jon seguía sin dar crédito a lo que estaba sucediendo pero no por ello dejaba de disfrutar. Los movimientos de Calíope estaban consiguiendo que llegara a un punto de excitación que no recordaba. Ella estaba cada vez más excitada, jadeaba y gemía con cada acometida. Sus manos apretaban el pecho de Jon, apoyándose en él. Mientras él pellizcaba sus pechos y bajaba sus manos por su cintura hasta su culo y lo agarraba con fuerza para ayudar a la penetración. Los dos estaban enzarzados en un ritmo que se tornaba cada vez más acelerado, previendo el inminente orgasmo.

A Calíope le sobrevino antes. El miembro de Jon estaba muy dentro de ella, llenándola por completo, su entrepierna vibraba con cada embate y no pudo aguantarse más. Una oleada tras otra la hicieron estremecerse, su espalda se arqueó mostrando la dimensión real de sus pechos, sus gemidos fueron más agudos, más profundos, sus manos se apoyaron en las piernas de Jon echando hacia atrás su cuerpo, mientras las descargas de placer recorrían todo su cuerpo y su mente se quedaba en blanco durante unos instantes.

Jon esperó a que el orgasmo de ella remitiera y cogiéndola suavemente por las axilas la levantó y la depositó a su lado en la cama. La besó con deseo y poniéndose encima de ella comenzó a penetrarla de nuevo. Los dedos de ella le acariciaban la nuca y los musculosos brazos mientras él iba incrementando el ritmo de sus arremetidas. Calíope seguía excitadísima y Jon lo notaba perfectamente. Jon besó cada centímetro de su bello rostro, lamió su cuello, besó sus pechos, mordisqueó sus pezones, todo mientras seguía dentro de ella. No tardó mucho en verlo venir. Dejándose llevar los dos habían alcanzado un ritmo furioso. Ella le clavaba las uñas en la espalda y lo animaba a que siguiera. Hasta que no pudo más y terminó corriéndose dentro de ella. Los dos estaban cubiertos por una fina película de sudor cuando se separaron. Los dos respiraban entrecortadamente mientras sus pulsaciones volvían a la normalidad. Jon se apartó de ella y tumbándose a su lado comenzó a acariciar sus pechos con un dedo describiendo círculos distraído. Calíope lo miraba sonriente, se alegraba de haber encontrado un oasis en esa película.

Esa noche después de cuatro asaltos por fin pudieron dormir los dos plácidamente y sin más sobresaltos.

Cat People ('42)

jueves, 7 de enero de 2010


- Te propongo un juego, Jon.- Preguntó Calíope con una sonrisa dibujada en sus labios. - ¿Un juego dices? - Sí, un juego.- A esas alturas del día el alcohol ya fluía por sus venas diluyendo cualquier objeción o reparo que sus consciencias pudieran tener levantadas. - Me parece bien. Juguemos.- Respondió Jon con firmeza. Calíope acababa de lanzarle un guante en forma de desafío y él acababa de recogerlo.

Calíope se levantó de su silla y sin dejar de sonreír miró a ambos lados. Primero a la izquierda, después a la derecha. Lo hizo sin esperar nada. Recrearse de esa forma mientras Jon le observaba desde el otro lado de la mesa le hacía sentir cosas que había enterrado hacía ya tiempo. - ¿Secreto o Confesión?- Calíope cogió los dados y lanzó. Un siete. - Venga Jon, veamos tu tirada.- Jon cogió los dados, los agitó en sus manos, como para insuflarles energía y los lanzó sobre la mesa. Ella lo observaba atentamente, cada movimiento, cada gesto no pasaba desapercibido para sus ojos. - Un diez. Supongo que acabo de ganarte.- Le dijo Jon desconociendo las normas del juego. - Efectivamente compañero. Qué eliges, Secreto o Confesión?- preguntó ella. - Confesión mi querida Cali, elijo Confesión.- replicó él. - Muy bien, como prefieras.- Calíope se acercó al oído de Jon y dejó caer un susurro: "Tienes unas manos preciosas".

- ¿Jugamos otra vez?- preguntó divertida volviendo a su silla y sentándose. Jon trató de recobrar la compostura. Aquello lo había dejado por completo perplejo. No se lo habría esperado en la vida. Carraspeó ligeramente y asintió. Cogió los dados y lanzó de nuevo, esta vez salió un cuatro. - Vaya Jon, esta vez creo que me tocará elegir a mí.- dijo sonriendo ella. Calíope cogió los dados y los lanzó con fuerza contra la mesa. Estos rodaron y se detuvieron justo al borde. De nuevo un siete. - Vaya! Parece que estás abonada.- Espetó Jon a Calíope. - ¿Qué será esta vez?- continuó mientras sonreía. - Esta vez elijo... Confesión.- Respondió ella. - Tu piel broncínea te dota de una belleza inusual.- le soltó a bocajarro. Calíope se sonrojó al instante. No esperaba que fuera tan directo. Jon se relamió al ver su sonrojo. - ¿Seguimos?- le preguntó Jon en tono irónico.

- Sigamos.- Ella pareció recobrar la compostura. Acunó los dados entre sus delicadas manos y sopló en el interior del hueco como susurrándoles alguna cosa. De nuevo salió siete. - Voy a empezar a pensar que eres una bruja.- comentaba Jon distraído mientras cogía los dados. Esta vez no hizo ningún aspaviento en cuanto los tuvo en la mano los lanzó haciéndolos girar en el lanzamiento. Primero cayó uno, era un seis. El otro mientras daba vueltas sobre sí mismo. Los dos se acercaron más para ver el desenlace del lanzamiento. Al poco, un cinco se dibujó sobre la mesa. Once. - ¿Y bien Jon?- Le invitó ella a elegir. - No entiendo muy bien la diferencia entre Secreto y Confesión, pero voy a elegir Confesión de nuevo.- dijo Jon. - ¿Seguro?- trató de sembrar la duda ella mirándolo con descaro. - Sí, sí, confesión de nuevo.- afirmó él. - Como desees.- Respondió ella. - Calíope no es mi verdadero nombre.- confesó entre risas. - No sé por qué, suponía que nadie sabía cuando nace un bebé si va a tener una bella voz para ponerle ese nombre. Sería un poco temerario por su parte, ¿no crees?- Respondió Jon guiñándole un ojo. Aquello volvió a pillarla desprevenida. Había supuesto que un bombero no sabría que era una de las musas ni mucho menos hubiera supuesto que sabría el significado de su nombre.

- Me toca de nuevo.- dijo Jon. Cogió los dados y los lanzó rápidamente. Dos unos. - Ojos de Serpiente, has perdido.- musitó ella. - Y esta vez elijo secreto.- dijo ella esta vez mirando fijamente a Jon a los ojos. - No soy ...- Jon miraba a Calíope con una sonrisa en los labios cuando se dio cuenta de que fuera ya era de noche. - Vaya, parece que tendremos que dejarlo para otra ocasión. Rápido ayúdame con los preparativos. Ya es de noche.- Jon comenzó a bajar todas las persianas, corrió cortinas, y apagó luces. Le tendió un candil a Calíope con una vela. - Es mejor que por las noches no encendamos luces, ni hagamos mucho ruido, nunca está de más ser precavido.- Le dijo en voz baja a Calíope. - Estoy cansado Cali, creo que me voy a dormir. Toma un paquete de cerillas para el candil. Te he dejado un regalo de bienvenida en la mesita. Úsalo cuanto quieras. Yo hoy dormiré con un ojo abierto.-
- Buenas noches Jon. Nos vemos por la mañana.- contestó ella.

Jon desapareció por el pasillo con su candil y fue engullido por la oscuridad de su cuarto. Cuando Calíope llegó al suyo tenía un iPod esperándola en la mesilla. Escuchara la música que escuchase, esa noche no la molestaría ningún alarido del exterior.