Se vistió apresuradamente. Se estaba atando firmemente las zapatillas cuando la puerta de la entrada con todos sus pestillos fue desencajada de sus goznes con una carga brutal. Se ajustó la mochila y cogiendo la escopeta con las dos manos, saltó por la ventana de su cuarto a la galería de la cocina.
En ese mismo momento un zombie pasó por delante de la puerta de la cocina rumbo al comedor, Calíope apuntó a la puerta y disparó justo cuando el que iba detrás del primero se asomaba por la puerta de la cocina. El impacto fue en el hombro y en el cuello, prácticamente le separó la cabeza del cuerpo e hizo que saltara en el aire cayendo de espaldas sobre otro zombie que iba detrás. Doce. Se encaramó al marco de la ventana y apoyando la espalda en el quicio volvió a disparar, esta vez amputó al siguiente desgraciado su pierna derecha, y sangrando cayó al suelo. Once. El infectado siguió arrastrándose pero poco importaba. Se giró y saltó.
Fue a parar al tejado de uralita de la casa del primero. Dando una voltereta aterrizó de cuclillas en medio del patio de abajo. Avanzó hacia la puerta que conectaba el cuartito de la lavadora, de la secadora y del calentador con la casa principal. El corazón se le iba a salir del pecho. La adrenalina y el miedo recorrían sus venas por completo. Era tal la tensión que creía que se le iban a agarrotar las manos sobre la escopeta. Miró hacia el cielo y pudo verlo claramente. Su figura musculosa se perfilaba asomando prácticamente todo el torso por el borde de la terraza al patio de luces. Era él. Era el monstruo que acabó con su vida en aquel sueño no tan lejano. Un terrible escalofrío la sacudió por completo devolviéndola a la realidad. En frente había una puerta de aluminio con bastantes cristales a modo de dibujos. Se giró y disparó contra la ventana por la que había saltado. Reventó la cabeza de un zombie que se estaba encaramando ya para perseguirla hasta abajo. Diez.
Dio gracias por haber elegido la escopeta, ya que se estaba demostrando que en esas distancias era un arma mortal. Pateó la puerta a la altura de la cerradura y el pestillo saltó. Mejor, no quería desperdiciar ningún disparo, en esta situación podría necesitarlos todos. Avanzó rápidamente hacia la oscuridad reinante en la casa, en seguida se hizo patente un olor como a descomposición enclaustrada hace mucho tiempo. Oyó un aullido agudo y pasos corriendo en su dirección. No esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Nueve. El fogonazo del disparo iluminó el pasillo. Una niña infectada y bastante demacrada recibió el impacto de pleno. Prácticamente sin esperarse a que tocara el suelo el amasijo ensangrentado en el que se había convertido, continuó por el estrecho y largo pasillo que terminaba en una habitación al fondo por donde habría venido seguramente corriendo la niña y a la izquierda parecía desembocar en...
Un siseo agudo de nuevo y pasos apresurados desde la izquierda. Ocho. El disparo alcanzó a la madre en un costado y la lanzó contra el mueble del comedor. El impacto hizo que unas cuantas figuras de porcelana y algunos libros de una enciclopedia cayeran encima del cuerpo de la madre. Todavía se movía y sin duda se acabaría levantando pero tenía que salir del edificio. No sabía cuánta ventaja les llevaba a los que iban por detrás de ella. Se desvió bordeando una mesa y llegó al balcón.
Las ventanas estaban cerradas y las cortinas echadas. Se apresuró en abrirse paso, no se molestó en cerrar la puerta del balcón tras sí. Se asomó a este. Estaba a escasos tres metros del suelo. Debajo del balcón un poco escorada había una furgoneta aparcada. No se lo pensó ni un segundo. Se subió al borde de la barandilla y saltó. La caída abolló el techo de la furgoneta pero no se hizo ningún daño. Bajó rápidamente rodando sobre sí misma y cayendo por el lado más alejado de la acera. Se acercó rápidamente a la moto para poder largarse de allí echando leches. A pesar de su celeridad para abandonar el piso ya era demasiado tarde. Varios de esos zombies estaban alrededor de su moto, olisqueándola e incluso mordiendo alguna de sus partes. Se acerco un poco más hasta que tuvo la linea de fuego despejada.
Siete. La moto explotó en mil pedazos. Lanzó los cadáveres de los zombies que estaban custodiándola a varios metros de distancia. Ya no había marcha atrás. Se giró y comenzó a correr por el medio de la calle. Comenzó a recargar la escopeta mientras miraba por dónde iba a continuar. Tenía que despistarlos, tenía que alejarse de allí a toda prisa y poner tierra de por medio. Recordó una conversación que había mantenido con otro de sus ex. Era un fanático del deporte, de la lucha más bien. Una vez se pasó toda una tarde explicándole como su instructor les recalcaba una y otra vez que en un combate, pasara lo que pasase había una cosa que tenían que hacer siempre. No olvidarse de respirar. Advirtió en ese momento que le faltaba el resuello. Tanta tensión y tanta adrenalina le habían hecho contener la respiración en cada disparo, en cada movimiento que había emprendido. No iría muy lejos si no recuperaba el aliento. Mira que había gente simple en el mundo, reflexionó. Por lo menos eso era antes.
Calíope corrió con un único pensamiento en su cabeza. Tenía la sensación desde que había entrado en la ciudad, de que un estrecho cerco se iba cerrando sobre ella.