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Countdown

martes, 24 de noviembre de 2009

Se vistió apresuradamente. Se estaba atando firmemente las zapatillas cuando la puerta de la entrada con todos sus pestillos fue desencajada de sus goznes con una carga brutal. Se ajustó la mochila y cogiendo la escopeta con las dos manos, saltó por la ventana de su cuarto a la galería de la cocina.

En ese mismo momento un zombie pasó por delante de la puerta de la cocina rumbo al comedor, Calíope apuntó a la puerta y disparó justo cuando el que iba detrás del primero se asomaba por la puerta de la cocina. El impacto fue en el hombro y en el cuello, prácticamente le separó la cabeza del cuerpo e hizo que saltara en el aire cayendo de espaldas sobre otro zombie que iba detrás. Doce. Se encaramó al marco de la ventana y apoyando la espalda en el quicio volvió a disparar, esta vez amputó al siguiente desgraciado su pierna derecha, y sangrando cayó al suelo. Once. El infectado siguió arrastrándose pero poco importaba. Se giró y saltó.

Fue a parar al tejado de uralita de la casa del primero. Dando una voltereta aterrizó de cuclillas en medio del patio de abajo. Avanzó hacia la puerta que conectaba el cuartito de la lavadora, de la secadora y del calentador con la casa principal. El corazón se le iba a salir del pecho. La adrenalina y el miedo recorrían sus venas por completo. Era tal la tensión que creía que se le iban a agarrotar las manos sobre la escopeta. Miró hacia el cielo y pudo verlo claramente. Su figura musculosa se perfilaba asomando prácticamente todo el torso por el borde de la terraza al patio de luces. Era él. Era el monstruo que acabó con su vida en aquel sueño no tan lejano. Un terrible escalofrío la sacudió por completo devolviéndola a la realidad. En frente había una puerta de aluminio con bastantes cristales a modo de dibujos. Se giró y disparó contra la ventana por la que había saltado. Reventó la cabeza de un zombie que se estaba encaramando ya para perseguirla hasta abajo. Diez.

Dio gracias por haber elegido la escopeta, ya que se estaba demostrando que en esas distancias era un arma mortal. Pateó la puerta a la altura de la cerradura y el pestillo saltó. Mejor, no quería desperdiciar ningún disparo, en esta situación podría necesitarlos todos. Avanzó rápidamente hacia la oscuridad reinante en la casa, en seguida se hizo patente un olor como a descomposición enclaustrada hace mucho tiempo. Oyó un aullido agudo y pasos corriendo en su dirección. No esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Nueve. El fogonazo del disparo iluminó el pasillo. Una niña infectada y bastante demacrada recibió el impacto de pleno. Prácticamente sin esperarse a que tocara el suelo el amasijo ensangrentado en el que se había convertido, continuó por el estrecho y largo pasillo que terminaba en una habitación al fondo por donde habría venido seguramente corriendo la niña y a la izquierda parecía desembocar en...

Un siseo agudo de nuevo y pasos apresurados desde la izquierda. Ocho. El disparo alcanzó a la madre en un costado y la lanzó contra el mueble del comedor. El impacto hizo que unas cuantas figuras de porcelana y algunos libros de una enciclopedia cayeran encima del cuerpo de la madre. Todavía se movía y sin duda se acabaría levantando pero tenía que salir del edificio. No sabía cuánta ventaja les llevaba a los que iban por detrás de ella. Se desvió bordeando una mesa y llegó al balcón.

Las ventanas estaban cerradas y las cortinas echadas. Se apresuró en abrirse paso, no se molestó en cerrar la puerta del balcón tras sí. Se asomó a este. Estaba a escasos tres metros del suelo. Debajo del balcón un poco escorada había una furgoneta aparcada. No se lo pensó ni un segundo. Se subió al borde de la barandilla y saltó. La caída abolló el techo de la furgoneta pero no se hizo ningún daño. Bajó rápidamente rodando sobre sí misma y cayendo por el lado más alejado de la acera. Se acercó rápidamente a la moto para poder largarse de allí echando leches. A pesar de su celeridad para abandonar el piso ya era demasiado tarde. Varios de esos zombies estaban alrededor de su moto, olisqueándola e incluso mordiendo alguna de sus partes. Se acerco un poco más hasta que tuvo la linea de fuego despejada.

Siete. La moto explotó en mil pedazos. Lanzó los cadáveres de los zombies que estaban custodiándola a varios metros de distancia. Ya no había marcha atrás. Se giró y comenzó a correr por el medio de la calle. Comenzó a recargar la escopeta mientras miraba por dónde iba a continuar. Tenía que despistarlos, tenía que alejarse de allí a toda prisa y poner tierra de por medio. Recordó una conversación que había mantenido con otro de sus ex. Era un fanático del deporte, de la lucha más bien. Una vez se pasó toda una tarde explicándole como su instructor les recalcaba una y otra vez que en un combate, pasara lo que pasase había una cosa que tenían que hacer siempre. No olvidarse de respirar. Advirtió en ese momento que le faltaba el resuello. Tanta tensión y tanta adrenalina le habían hecho contener la respiración en cada disparo, en cada movimiento que había emprendido. No iría muy lejos si no recuperaba el aliento. Mira que había gente simple en el mundo, reflexionó. Por lo menos eso era antes.

Calíope corrió con un único pensamiento en su cabeza. Tenía la sensación desde que había entrado en la ciudad, de que un estrecho cerco se iba cerrando sobre ella.

Señales

martes, 27 de octubre de 2009


Entró por la puerta ya que esta estaba abierta y no vio a nadie en la exposición. Había sangre en el parqué en distintas localizaciones y un reguero como si hubieran arrastrado algo a otras dependencias que se accedían tras una doble puerta de roble. No le importaba lo más mínimo. Lo que venía a buscar se encontraba allí. La BMW R 1200 GS Adventure era algo más que una moto. Siempre le habían gustado las motos, y la edición de este año en color rojo magma con las maletas enduro, las defensas y todos los extras era una preciosidad. Y allí estaba la suya. Lista y preparada para que se la llevara alguien. Cogió un mono off-road de los que habían por la exposición, un casco de su talla y guardó la mochila en una de las maletas. Se acercó al área de los comerciales donde sin duda estarían las llaves, no le costó mucho encontrarlas, se encontraban en un cajetín al lado de la mesa del director comercial.

Estaba pensando en el tema del combustible, los vehículos de exposición no tenían mucha gasolina, pensó cuando un ruido la sacó de sus pensamientos. Provenía del otro lado de las puertas de roble. Era una especie de jadeo nervioso. Súbitamente lo que hubiera al otro lado de la puerta comenzó a golpearla furiosamente. La puerta temblaba, pasaron unos segundos eternos y tan de repente como empezaron, los golpes cesaron. Calíope arrancó la moto y comprobó que estaba en reserva, tendría que ir a la gasolinera más cercana o su nueva aventura mecanizada terminaría pronto. En ese momento los golpes se recrudecieron. Tardaban más que antes en repetirse, era como si lo que estaba al otro lado tomara carrerilla para golpear la puerta. Calíope observaba la puerta con detenimiento, una, dos, tres embestidas, la puerta empezaba a resentirse de las embestidas del animal que estaba al otro lado. Sin esperarse al desenlace engranó primera y salió del concesionario atravesando los cristales del escaparate y poniendo rumbo a la gasolinera más cercana.

Otra de las ventajas de lo sucedido era que no había mucho tráfico. Todos los vehículos que habían en las calles estaban parados así que no era muy difícil sortearlos. La primera calle a la izquierda, de nuevo en la avenida principal, trescientos metros después cogió la segunda a la derecha, desembocó en una avenida transversal, dos cientos metros más y la ansiada gasolinera. No era lo mismo que conducir cualquiera de las motos que había llevado anteriormente pero tampoco se iba a quejar. Además conducir esa moto le daba una falsa sensación de superioridad cuando descargaba el peso hacia los costados en las curvas. Pesaba bastante aunque era muy ágil y cómoda. Imaginaba que su autonomía sería respetable con los treinta y tres litros que le cabían en el depósito.

Comenzó a llenar el depósito mientras vigilaba los alrededores para evitar sorpresas. De un restaurante cercano salieron cuatro de ellos, se les veía lentos y caminando renqueantes comenzaron a acercarse a la gasolinera. Vamos! Pensó Calíope, no le gustaba en absoluto la idea de disparar en medio del repostaje y mucho menos una escopeta. Quince litros y subiendo. Los zombis continuaban acercándose con paso tambaleante. Veinte litros, ya casi estaba, le hubiera gustado llenar una lata de emergencia y guardarla en otra maleta, pero no había tiempo. Terminó de repostar cuando los zombies ya estaban pisando la zona de la gasolinera, arrancó el motor y chirriando rueda pasó a escasos metros de los zombies que se quedaron como decepcionados de que su presa escapara a una velocidad para ellos del todo inalcanzable.

Conocía la avenida principal por la que iba, sabía que pasaría por un hospital. No era en el que trabajaba ella ni su madre, pero le serviría quizás para hacerse una idea de cómo estaría "el suyo". Aminoró la marcha justo cuando pasó por la enorme fachada y lo que vio la dejó helada.

Todo el hospital se encontraba cubierto con una gran lona negra. Habían remiendos y rotos por muchas partes, pero la estructura se mantenía. Habían símbolos en blanco de peligro biológico por toda la lona. El olor a muerte era patente hasta en el medio de la calle. Lo que más la descorazonó fueron los mensajes que leyó: "TODOS MUERTOS, NO ENTRAR." Rezaban los carteles de madera que habían clavado en todos los accesos en distintos puntos del perímetro. Creyó divisar movimiento dentro de la lona, en distintos puntos, por eso abrió gas. Tenía un presentimiento, nada bueno la aguardaba allí dentro. Sin demorarse más tiempo incrementó el ritmo. La avenida se ensanchó dando paso a una rotonda, giró a la izquierda sorteando un par de berlinas alemanas, tenían las puertas abiertas de par en par y habían fajos de billetes desperdigados por todo el asfalto. Sin duda debieron ser sacados a la fuerza de los coches, pobres diputados o ricos o lo que hubieran sido. De nada les sirvió su dinero en esa situación. Avanzó por la carretera rumbo a un puente que conectaba con la otra parte de la ciudad, se estaba acercando a su destino.

Dejó a su derecha el nuevo zoológico no sin sorprenderse pensando qué habría pasado con los animales del zoo. Sin posibilidad de escapar si sus cuidadores no les hubieran abierto las jaulas. Repentinamente una avestruz se cruzó en su camino. Giró bruscamente el manillar de la moto para esquivarla, la avestruz tuvo suerte y esquivó a su vez para el lado contrario. Consiguió hacerse con el control de la moto antes de impactar con el bordillo y continuó la marcha no sin una sonrisa en los labios por lo irónico de la situación que acababa de vivir.

Antes de cruzar el puente a su izquierda estaba el emplazamiento de un centro comercial, no era como los más grandes que rodeaban la ciudad, pero podría encontrar algo que le pudiera servir. Se desvió y entró por uno de los accesos laterales, en seguida se dio cuenta de lo que sucedía. Más de un centenar de ellos se agolpaban a las puertas cerradas de acceso al interior. En las fachadas superiores habían pintadas de socorro, y de hay gente viva aquí dentro. No consiguió divisar a ningún superviviente. Pasó por la misma puerta, un poco alejada de la turba de zombies que se agolpaban contra ella. Tomó nota mental de que quizá pudiera quedar alguien con vida allí y salió derrapando con rumbo a su destino.

Comenzaba a anochecer y la soledad iba pesando.

Mientras se alejaba, ella no pudo percibir como alguien desde una posición privilegiada había escrutado todos sus movimientos alrededor del centro comercial y su posterior huida.