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7 Minutos

martes, 1 de junio de 2010


Su pulso aún estaba desbocado. Se detuvo en el rellano de las escaleras de ese piso, tratando de recuperar el resuello. Se sentó contra la pared controlando los dos accesos y la puerta cerrada al frente. Dejó la pistola a un lado, cargada y todavía humeante del encuentro anterior y comenzó a recargar la escopeta. Un piso antes se había quedado sin munición teniendo que recurrir a la pistola.
Aún sin rastro de vida, este era el edificio indicado. Debía encontrarla allí. Aún quedaban unos pisos para acceder al ala determinada por la carta. No era el camino más corto sin embargo era el camino donde menos resistencia debería encontrar.

Ahora que ya se había calmado un poco, recordó el primer hospital que había visto cuando iba con la moto. Parecía que hacía años de aquello. En ese instante tomó conciencia de a qué se debían esas sensaciones de temor, desasosiego y angustia. Después de ver y de vivir en primera persona el horror en el que se habían convertido los hospitales dudaba seriamente de que algún día pudiera volver a trabajar en uno. Si hubiera tenido que definir en qué se había convertido su hospital diría sin dudarlo que en un purgatorio. Almas que ya no pertenecían a los vivos sino a unos engendros incansables buscando cualquier vestigio de vida para extinguirla o unirla a su causa. Una dantesca antítesis del verdadero y loable propósito por el que existían los hospitales. Claro que eso había sido antes, mucho antes. Le dolía la cabeza. Pensaba demasiado. Llevaba días pensando demasiado. Se sentía confusa, perdida. Una y otra vez pensaba en cómo lo había perdido, en cómo había cambiado todo, en si encontraría a alguien con vida en un edificio con tanta muerte y desolación.
En esas mismas escaleras donde ahora se sentaba se había besado con no pocos médicos y residentes. A menudo eran escarceos que no terminaron en nada serio, para ella no eran más que momentos de distensión. Muchas veces empezaban o terminaban en las cenas del hospital...

Un chirrido sacó de su ensimismamiento a Calíope. Por el rabillo del ojo vio claramente como la manivela de la puerta giraba. Mecánicamente empuñó la pistola y apuntó hacia la puerta mientras se ponía de pie y comenzaba a afianzarse para subir corriendo las escaleras. La puerta se abrió de golpe y el primer infectado se abalanzó sobre el sitio que había ocupado hacía unos instantes. Ella le disparó a bocajarro, en la cabeza. Y comenzó a subir los escalones de tres en tres. Tenía que ganar algo de distancia para poder abatir a los que venían detrás de ese. ¿Pero cómo diablos han abierto la puerta si no podían? -pensó fugazmente. Alcanzó el rellano del piso superior y apuntó al que subía detrás de ella, el primer impacto lo retrasó brevemente al impactarle en el torso. Tenía que ser más precisa con la pistola si quería sobrevivir. El segundo disparo lo hizo sin darle tiempo al zombie a subir más de dos escalones y esta vez no falló. Su masa encefálica fue dispersada por toda la escalera.

Sin perder un segundo evaluó su situación: se había dejado la mochila y la escopeta en el piso inferior, tendría que recuperarlas, cuando la puerta se abrió le dio tiempo a ver a tres infectados no obstante podrían ser más. No estaba segura. Le quedaban cuatro balas... El siguiente apareció al pie del tramo de escaleras, la miró desafiante, era un hombre de color, con el pelo rapado, de unos cuarenta años bastante corpulento. Calíope apuntó a las piernas. Esta vez tuvo más puntería, el disparo destrozó la rodilla izquierda del hombre impidiéndole subir las escaleras. Este comenzaba a arrastrarse para subir los peldaños que le separaban de su presa cuando otros dos infectados aparecieron girando rápidamente el descansillo y, arrollando a su compañero caído, comenzaron a salvar corriendo la distancia que los separaba de Calíope. Ella abrió fuego sin pensar, dos disparos para acabar con el primero de ellos, quedaba una bala. La tensión era palpable, el pulso se había disparado de nuevo y la adrenalina fluía intensamente por su cuerpo, cuatro escalones, tres escalones, el infectado subía hacía ella sin vacilar, llevaba un uniforme de enfermero... No, ahora no podía prestar atención a eso. Apretó el gatillo y un chasquido le comunicó su error. Se había equivocado llevando la cuenta, un error que podía costarle carísimo.

No había tiempo para girarse y continuar la huida, en su lugar Calíope se agarró con las dos manos de la barandilla y saltó hacia abajo con las dos piernas por delante. Golpeó en el plexo solar al desafortunado zombie y este cayó rodando escaleras abajo. Sin perder la iniciativa bajó lanzada en pos de la escopeta. Pasó por encima del hombre alto, teniendo especial cuidado de que no le agarrara. Cerró la puerta de una patada mientras recogía la escopeta. Remató a los dos zombies malheridos y después de cerciorarse de que la zona era segura, comenzó a recoger sus cosas.

En silencio, soportando la carga y la contradictoria culpabilidad de haber sobrevivido una vez más, comenzó a recargar las armas que le quedaban. No volvería a cometer el mismo error que hacía unos minutos.