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Tiresias

martes, 21 de septiembre de 2010

- Vamos! Explícamelo antes de que dispare. Porque puedes estar seguro de que como tu explicación no me satisfaga dispararé. Me importa una mierda que me hayas dado cobijo o que folláramos ayer por la noche. -le gritó Calíope a Jon dejándolo perplejo.

La mano firme de Calíope se cerró aún con más fuerza alrededor de la pistola. Ya la había amartillado así que estaba más que preparada para disparar. Sus ojos destilaban determinación y Jon intuía por su expresión que no vacilaría en disparar. Sin embargo ella no estaba del todo segura. Era una atrocidad lo que había descubierto en la puerta once, pero quizá hubiera una explicación para ello. Su juramento de ayudar a los demás estaba por encima de todo y dificilmente podría vivir tolerando una matanza similar. Sin embargo comenzaba a dudar de que fuera capaz de dispararle. Aunque se esforzaba denodadamente por no mostrar un ápice de duda.

Jon estaba al principio del pasillo todavía limpiándose las manos del desayuno con un trapo de la cocina. El portazo de ella le hizo salir al pasillo para ver qué ocurría. Ella avanzó apenas un par de pasos. En cuanto lo tuvo a la vista se detuvo y le apuntó. Sabía de sobra lo que había descubierto y por qué se la veía tan afectada. En fin, había llegado la hora de la opereta.

- Antes de que me juzgues o de que me condenes por un delito deberías escuchar mi versión. -comenzó Jon pausadamente, tratando de disimular los nervios, y dotando a su discurso de toda la calma y veracidad de la que era capaz. - Cuando recogí a mi segundo grupo de refugiados... -tragó saliva. Hará unos cinco o seis días, ya no sabría decirte con exactitud. No era tan cauteloso como lo fui contigo. Como habrás podido comprobar eran ocho personas. Habían cinco miembros de una misma familia. El resto estaban solos. Se habían encontrado por la ciudad e iban juntos sin rumbo. Los niños lloraban, los mayores tenían la mirada ida, sólo unos pocos podían valerse por si mismos. Estos eran los que tiraban del resto. Los recogí y les di refugio. Les pregunté si estaban heridos y a parte de rasguños, cortes leves y moratones nadie me dijo que estuviera herido. Pero a dos miembros de la familia les habían mordido. "Espero que sepas comprenderlo." - musitó casi entre dientes.

- ¿Y por eso los mataste? ¿Por eso mataste a gente inocente? ¡¿Por eso mataste a personas que no estaban infectadas?! ¡Maldita sea Jon! ¿Es que has perdido el juicio? -cada pregunta fue creciendo hasta gritar la última. Calíope no soportaba la idea de que murieran inocentes, de que se hubieran sacrificado vidas humanas.

- No, todavía no. No fue así exactamente. -trató de replicar. - O venga, va! No me vengas con esas. ¿Soy enfermera recuerdas? He visto sus heridas, he visto los cuerpos en descomposición. -argumentó. ¡Por favor! - Escúchame! Luego podrás juzgarme. Los infectados le habían ocultado ese hecho a su propia familia. Aunque no a toda. Sabían que si les descubrían estaban fuera y que los abandonarían a su suerte. Por eso sólo se lo confiaron a uno de ellos. El caso es que tardaron más de un día en presentar los síntomas. Todos nos habíamos confiado. Bajamos la guardia. Y fue una auténtica masacre. Intenté aislarlos, separarlos, para que no contagiaran al resto pero en seguida hubieron más mordidos. Conseguí abatir a algunos con ayuda de un superviviente pero los miembros de la familia enloquecieron al ver a los suyos atacados! No pude hacer nada por salvarlos. Claro que hubieron bajas colaterales. Imagina una escopeta en un sitio tan pequeño. No fue mi intención. Pero tenía que elegir, ¡eran decisiones de vida o muerte en cuestión de segundos.! Al final me refugié en uno de los baños del piso. Esperé hasta que hubiera un bando vencedor y cuando los gruñidos y los zarpazos llegaron a la puerta del baño sabía lo que tenía que hacer. -Jon bajó la cabeza casi entre sollozos. - ¡Murió gente que no estaba infectada! -contraatacó ella. - Eso no lo sabemos. Puede que al principio de la infección si te matan no manifiestes los síntomas como los infectados que mueren tiempo después. Tú hubieras hecho lo mismo, se trataba de sobrevivir.

Calíope continuó apuntando con su arma a Jon. Ya no tenía tan claro que fuera a disparar. Probablemente en la situación que tuvo que vivir Jon hubiera hecho lo mismo. Era un buen hombre, aunque sin duda se había visto sobrepasado por las circunstancias. - Está bien. Te creo, pero no toleraré que me mientas ni que me ocultes nada como eso. Si vamos a permanecer juntos, deberemos confiar el uno en el otro. Si no es mejor que nos separemos. -sentenció ella.

- Te he abierto la puerta de mi refugio y te he aceptado sin reservas. ¿Es que eso no cuenta para nada? -preguntó él con tono de reproche. - Por supuesto, es la principal razón para que no te haya disparado. -dijo ella. - Quería comentarte una cosa que me reconcome por dentro desde ayer. -pidió educadamente Jon.

- Deja que sea yo la que te comente un par de cosas primero. Te agradezco mucho lo que has hecho por mi. Te agradezco mucho el cobijo, la comida, y el equipo. Pero que no te quepa ninguna duda de que hubiera sobrevivido igualmente sin tu ayuda. Lo que ocurrió ayer fue sexo. Solamente sexo. Dos personas adultas disfrutando. Nada más. Nos encontramos solos, necesitados, exhaustos, quién sabe si volveremos a estar con otro ser humano a excepción de nosotros. Nada más. No te montes películas, mi corazón pertenece a otra persona y le seguirá perteneciendo. Ha sido un pasatiempo, una distracción, siento decírtelo así pero es la verdad. Si sufres por lo que pensará tu mujer, tranquilo, seguro que no le importa lo que pasó ayer. Si esto va a suponer un problema para ti no te preocupes que no volverá a suceder. "Espero que puedas comprenderlo."

Nat

domingo, 9 de mayo de 2010


Cuando Jon despertó, Calíope hacía tiempo que se había marchado de la cama dejando su silueta fría en el colchón. Como un resorte cogió su pistola y se levantó de la cama. Rápidamente comprobó la casa cerciorándose de la ausencia de Calíope. Debía de haber salido a explorar alguno de los pisos del edificio, como le había sugerido
la noche anterior.

El olor a sexo en la habitación espoleaba como un estigma la conciencia de Jon. A las pesadillas habituales tenía que sumar ahora los remordimientos por haber traicionado a Nat. Hacía años que había dejado esta vida, pero él seguía queriéndola con locura. Había intentado conocer a otras mujeres antes, animado por sus compañeros, pero ninguna cita salió bien. Siempre las comparaba con Nat y siempre salían perdiendo. Muchas veces había intentado autoengañarse con esa frase tan típica de "ella habría querido que siguieras con tu vida...", pero nunca se había tragado esos consuelos. Lo que sí era un hecho es que tanto Nat como Sara no iban a volver. Nadie se las iba a traer sanas y salvas, es más, jamás las volvería a ver ni disfrutar de su presencia. ¿Tan malo era el hecho de haber disfrutado de una noche de sexo? Estaba claro que para su conciencia sí. Tendría que explicárselo a Calíope y aclarar lo sucedido la noche anterior. De no hacerlo podría volverse loco. Pero después de tantos años, ¿cómo podía seguir sintiéndose así? Era absurdo. Nat tenía que comprender (en el hipotético caso de que lo estuviera viendo) que sólo había sido sexo, que se sentía muy solo, tremendamente solo por no mencionar que podría morir en cualquier descuido. Con esto no trataba de justificarse, sólo de hacer más llevadera la losa de su conciencia. Probablemente el que no se perdonara la muerte de Sara, por haberse mantenido en su puesto de trabajo en vez de abandonarlo como hicieron muchos otros, no ayudaba a mejorar su estado anímico.

Firmó una tregua consigo mismo, como había hecho tantas otras veces y comenzó a preparar el desayuno. Se asomó a los miradores que tenía dispuestos para vigilancia: el día estaba nublado, ni rastro de ellos. Hoy tendría que empezar a entrenar a Calíope si quería que le acompañara en el próximo "vaciado" ya que no quedaban muchos días para preparar la siguiente mudanza. Además, quería preguntarle por su siguiente paso. Si tenía alguna idea de qué iba a hacer o de a dónde quería dirigirse.

Jon estaba preparando un desayuno casi continental, faltaban algunos ingredientes básicos pero qué le iba a hacer, cuando recordó lo que había dejado dentro de uno de los pisos con una equis negra. Ahora ya era demasiado tarde para remediarlo así que comenzó a preparar una coartada por si la necesitaba. Dudaba mucho de que Calíope entrara en ninguna vivienda marcada en negro pero por si acaso tendría que tener preparada alguna excusa.

Mientras tanto, en un piso más abajo del que se encontraba Jon, Calíope se anudó un pañuelo tapándose la boca y la nariz y se adentró en la onceava puerta. La equis que le daba la bienvenida era de color negro.

Cat People ('42)

jueves, 7 de enero de 2010


- Te propongo un juego, Jon.- Preguntó Calíope con una sonrisa dibujada en sus labios. - ¿Un juego dices? - Sí, un juego.- A esas alturas del día el alcohol ya fluía por sus venas diluyendo cualquier objeción o reparo que sus consciencias pudieran tener levantadas. - Me parece bien. Juguemos.- Respondió Jon con firmeza. Calíope acababa de lanzarle un guante en forma de desafío y él acababa de recogerlo.

Calíope se levantó de su silla y sin dejar de sonreír miró a ambos lados. Primero a la izquierda, después a la derecha. Lo hizo sin esperar nada. Recrearse de esa forma mientras Jon le observaba desde el otro lado de la mesa le hacía sentir cosas que había enterrado hacía ya tiempo. - ¿Secreto o Confesión?- Calíope cogió los dados y lanzó. Un siete. - Venga Jon, veamos tu tirada.- Jon cogió los dados, los agitó en sus manos, como para insuflarles energía y los lanzó sobre la mesa. Ella lo observaba atentamente, cada movimiento, cada gesto no pasaba desapercibido para sus ojos. - Un diez. Supongo que acabo de ganarte.- Le dijo Jon desconociendo las normas del juego. - Efectivamente compañero. Qué eliges, Secreto o Confesión?- preguntó ella. - Confesión mi querida Cali, elijo Confesión.- replicó él. - Muy bien, como prefieras.- Calíope se acercó al oído de Jon y dejó caer un susurro: "Tienes unas manos preciosas".

- ¿Jugamos otra vez?- preguntó divertida volviendo a su silla y sentándose. Jon trató de recobrar la compostura. Aquello lo había dejado por completo perplejo. No se lo habría esperado en la vida. Carraspeó ligeramente y asintió. Cogió los dados y lanzó de nuevo, esta vez salió un cuatro. - Vaya Jon, esta vez creo que me tocará elegir a mí.- dijo sonriendo ella. Calíope cogió los dados y los lanzó con fuerza contra la mesa. Estos rodaron y se detuvieron justo al borde. De nuevo un siete. - Vaya! Parece que estás abonada.- Espetó Jon a Calíope. - ¿Qué será esta vez?- continuó mientras sonreía. - Esta vez elijo... Confesión.- Respondió ella. - Tu piel broncínea te dota de una belleza inusual.- le soltó a bocajarro. Calíope se sonrojó al instante. No esperaba que fuera tan directo. Jon se relamió al ver su sonrojo. - ¿Seguimos?- le preguntó Jon en tono irónico.

- Sigamos.- Ella pareció recobrar la compostura. Acunó los dados entre sus delicadas manos y sopló en el interior del hueco como susurrándoles alguna cosa. De nuevo salió siete. - Voy a empezar a pensar que eres una bruja.- comentaba Jon distraído mientras cogía los dados. Esta vez no hizo ningún aspaviento en cuanto los tuvo en la mano los lanzó haciéndolos girar en el lanzamiento. Primero cayó uno, era un seis. El otro mientras daba vueltas sobre sí mismo. Los dos se acercaron más para ver el desenlace del lanzamiento. Al poco, un cinco se dibujó sobre la mesa. Once. - ¿Y bien Jon?- Le invitó ella a elegir. - No entiendo muy bien la diferencia entre Secreto y Confesión, pero voy a elegir Confesión de nuevo.- dijo Jon. - ¿Seguro?- trató de sembrar la duda ella mirándolo con descaro. - Sí, sí, confesión de nuevo.- afirmó él. - Como desees.- Respondió ella. - Calíope no es mi verdadero nombre.- confesó entre risas. - No sé por qué, suponía que nadie sabía cuando nace un bebé si va a tener una bella voz para ponerle ese nombre. Sería un poco temerario por su parte, ¿no crees?- Respondió Jon guiñándole un ojo. Aquello volvió a pillarla desprevenida. Había supuesto que un bombero no sabría que era una de las musas ni mucho menos hubiera supuesto que sabría el significado de su nombre.

- Me toca de nuevo.- dijo Jon. Cogió los dados y los lanzó rápidamente. Dos unos. - Ojos de Serpiente, has perdido.- musitó ella. - Y esta vez elijo secreto.- dijo ella esta vez mirando fijamente a Jon a los ojos. - No soy ...- Jon miraba a Calíope con una sonrisa en los labios cuando se dio cuenta de que fuera ya era de noche. - Vaya, parece que tendremos que dejarlo para otra ocasión. Rápido ayúdame con los preparativos. Ya es de noche.- Jon comenzó a bajar todas las persianas, corrió cortinas, y apagó luces. Le tendió un candil a Calíope con una vela. - Es mejor que por las noches no encendamos luces, ni hagamos mucho ruido, nunca está de más ser precavido.- Le dijo en voz baja a Calíope. - Estoy cansado Cali, creo que me voy a dormir. Toma un paquete de cerillas para el candil. Te he dejado un regalo de bienvenida en la mesita. Úsalo cuanto quieras. Yo hoy dormiré con un ojo abierto.-
- Buenas noches Jon. Nos vemos por la mañana.- contestó ella.

Jon desapareció por el pasillo con su candil y fue engullido por la oscuridad de su cuarto. Cuando Calíope llegó al suyo tenía un iPod esperándola en la mesilla. Escuchara la música que escuchase, esa noche no la molestaría ningún alarido del exterior.

Antecedentes

sábado, 26 de diciembre de 2009


Jon era un hombre encantador. No sólo la había acogido sin reparos y había confiado ciegamente en una mujer armada, sino que le había abierto las puertas de su refugio y no contento con eso le había preparado un manjar digno de otros días más felices y algo menos sombríos. Calíope meditaba sobre ello mientras él había ido en busca de una botella de vino. En aquel momento se prometió a sí misma disfrutar del día y de la compañía.

- Bueno, ya estoy aquí. No he tardado mucho, no?- preguntó con una sonrisa en los labios, mientras descorchaba una botella de vino blanco bien fría. - No, has sido bastante rápido!- corroboró ella y rieron los dos. Jon sirvió las copas y propuso un brindis. - Por la supervivencia.- dijo solemne sin dejar de mirarla a los ojos. - Por la supervivencia.- Respondió ella manteniéndole la mirada. El vino era bastante bueno y frío entraba mucho mejor. Comenzaron con los entrantes y Jon le preguntó por su historia, de dónde venía, qué le había pasado y qué quería hacer. Calíope le contó a grandes rasgos su aventura sin entrar en demasiado detalle. Tuvo cuidado de omitir lo de los misteriosos hombres encapuchados y lo de sus perseguidores. No tenía muy claro por qué lo había hecho pero en su fuero interno pensó que no debía preocupar a Jon con sus miedos y sospechas. Tampoco mencionó a su hermano ni a su familia. De eso Jon se dio perfecta cuenta, pero a él tampoco le resultaba sencillo hablar de ese tema.

Los dos disfrutaron de la comida como en mucho tiempo no hacían. Jon trajo el primero: aguacates rellenos de langostinos con salsa rosa. Eso sorprendió a Calíope y lo felicitó por sus habilidades culinarias. Jon respondió sonrojándose y le restó importancia alegando que eran muy fáciles de hacer. De segundo había descongelado dos entrecottes que fueron ávidamente devorados por los dos, hechos a la plancha junto con su guarnición de patatas y de pimientos verdes todo regado con un buen vino tinto reserva. Cuando Calíope encontró el momento le hizo a él las mismas preguntas.

- Pues verás. Yo era bombero. No te rías, es en serio. Y el día que todo se vino abajo estaba trabajando. Sabes que durante unas horas las noticias eran confusas como unos días antes cuando empezaron a aparecer casos en Africa y comenzaron a sucederse los contagios. Ya no recuerdo dónde fue la primera llamada de ese día. Al ocurrir todo tan de repente el teléfono de emergencias se colapsó en poco tiempo. Nosotros no sabíamos que llamadas atender ya que todas era igual de graves. Muchos de mis compañeros dejaron el servicio y se fueron a sus casas o a los lugares de trabajo de sus parejas, esposas, ... El caos se apoderó de la ciudad peor que en cualquier otro escenario para el que nos hubieran preparado. Accidentes. Muertos. Zombies corriendo por las calles persiguiendo a personas que en breves instantes dejarían de serlo. Saqueos. Robos. Nos centramos en los incendios más grandes para tratar de evitar que se extendieran por la ciudad y toda se viera envuelta en llamas. Pronto nos dimos cuenta de que la situación se había desbordado y de que el resto de servicios de emergencia no daban a basto. Como bombero he visto muchas cosas en mi vida, cosas horribles: en incendios, en accidentes,... Pero lo de ese día aún me persigue por las noches. Unos cuantos y yo conseguimos terminar nuestro turno a duras penas. Caían como moscas. Durante un momento estabas hablando con un policía por la radio y en cuestión de segundos ya no había nadie al otro lado. Sólo se oían gritos y alaridos al otro lado de la radio. Nuestra central está apartada de núcleos urbanos aunque con buena combinación por carretera y eso retrasó que llegaran a la base. Al acabar nuestro turno (no me preguntes porque lo terminamos y no abandonamos nuestros puestos como hicieron los demás para ir con nuestras familias porque no tengo una explicación) cada uno trató de encontrar a su familia. En mi caso sólo tenía a mi hija, Sara. Y cuando conseguí llegar a la guardería ya era demasiado tarde.- A Jon se le nublaron los ojos de lágrimas. Paró su relato y se levantó para ir al baño. - Disculpa Cali, aún lo tengo muy reciente.- Susurró mientras se marchaba del comedor.

Calíope se sintió conmovida por el relato de Jon. Y afligida. No tenía que haberle preguntado o él tendría que haber esquivado esa parte del relato. Se dijo que cuando volviera no le preguntaría más. Hablarían de cualquier otra cosa.

Cuando Jon regresó terminaron de comer y se pasaron la tarde hablando de sus trabajos antes de la infección, de los planes que tenían para el futuro antes de la infección y de anécdotas graciosas de sus trabajos. Como si no hubiera pasado absolutamente nada. Continuaron bebiendo un whiskey añejo que tenía Jon reservado y una botella de ron que le pidió Calíope. Los dos disfrutaron de la tarde jugando divertidos a las cartas y a los dados y apenas se dieron cuenta de que la noche se cernía sobre la ciudad de nuevo.

Prospecto

domingo, 6 de diciembre de 2009


Subieron despacio los escalones del edificio. Mientras él le iba explicando los pormenores del mismo.
- Básicamente aquí estás a salvo. Es un poco raro pero trataré de resumírtelo lo mejor que pueda. Me dedico a parasitar edificios. - ¿Cómo? -preguntó Calíope contrariada. - Me explicaré, desde que todo estalló he seguido viviendo en la ciudad haciendo oídos sordos a cualquier advertencia. Es un lugar bastante complicado para sobrevivir, como habrás podido comprobar. Así que mi método (me imagino que quedarán más supervivientes empleando otras estrategias distintas a las mías) es ocupar un edificio. Sellarlo. Y limpiarlo. - ¿Y eso que tiene que ver con parasitarlo? - Bueno, básicamente yo soy el parásito. Me introduzco en el edificio y lo parasito hasta que no pueda ofrecerme más de sí. Entonces en ese momento lo abandono y me busco otro. - Entiendo, ¿y cómo se te ocurrió esa estrategia? - Pues reflexionando un poco sobre la situación, la verdad.

No existen protocolos de emergencia para estas situaciones. El mundo no estaba preparado, nadie lo estaba, -interrumpió su narración, como si rememorara algo importante. Fueron segundos pero Calíope captó la inflexión en su discurso, al poco continuó.- así que me imagino que esta situación se sostendrá en el tiempo indefinidamente hasta que aparezca una cura, o nos extingamos o el ejército de algún país limpie el mundo de esas cosas. ¡Por Dios!, si parece que vivamos en una película de serie B. Y eso lamentablemente nos deja en una posición de inferioridad sin precedentes. El problema fundamental al que nos enfrentamos (salvando obviedades) es la falta de recursos. Llegará un momento que nos quedaremos sin comida, no habrá luz eléctrica en ningún sitio, se acabará el combustible para los que sigan usando vehículos, etc... Así que pensé en ocupar edificios. Es más seguro ser itinerante que quedarte en un mismo sitio y volver cada día. La gente tiene víveres en casa, repuestos, cosas útiles, herramientas, ... lo más complicado es aislar y limpiar el edificio, pero con paciencia y mucho cuidado se puede hacer sin problemas. - Calíope no sabía si ese tío que acababa de conocer estaba completamente loco o rematadamente cuerdo. No lo tenía muy claro a decir verdad. Continuaron subiendo mientras hablaban.

- Te explicaré mi sistema.- Calíope asintió. - Este edificio tiene dos verjas que he reforzado, no hay entradas por las alcantarillas ni por un bajo adyacente, y la puerta de la terraza la he atrancado a conciencia. Básicamente sólo saldremos o entraremos nosotros cuando queramos. Tenemos lo de la campanilla para recoger a más supervivientes.- Calíope recordó que había comentado cuando la "recogió" que había funcionado anteriormente por lo menos una vez más. Tomó nota mental para preguntarle por esa ocasión. Y dejó que continuara con su explicación.- El edificio tiene cuatro plantas, cuatro puertas por planta, lo que hacen dieciséis viviendas. Ahora mismo estoy alojado en la catorce. Es la que más luz tiene y da a la calle y al patio interior. Si decides quedarte tendríamos comida para cinco días aproximadamente. Tengo más conservas y latas y alimentos no perecederos pero los usaríamos a largo plazo. A corto plazo hay que consumir todo lo que se pueda pudrir en breve. No hay nadie con vida en el edificio a excepción de nosotros dos. Sí que hay cadáveres.- En ese momento hizo un alto y señaló a una de las puertas del tercer piso. - ¿Ves esa equis de cinta americana en la puerta? - Claro, como no la voy a ver si la cubre por completo.- respondió Calíope. - Es lo que hago cuando termino con una vivienda. Las marco como referencia. Las equis negras indican cadáveres. Procuro ocupar el mínimo posible de casas con ellas. Pero a veces hay demasiados. Las verdes indican que contienen cosas útiles para alguien pero no para mí (lo que me hace falta lo llevo al piso donde vivo). Y las rojas que contienen cosas útiles que no voy a transportar pero en caso de necesidad o de volver a este edificio podría emplear. Mañana por ejemplo podrías ir a ver las verdes y seguro que encontrarías algo de ropa o enseres que podrías utilizar. Y si visitas alguna roja pues podrías encontrar alguna radio o algún bidón de algo inflamable o un extintor.-

- Bueno. Ya hemos llegado. Bienvenida a mi casa.- Abrió la puerta catorce y la invitó a pasar. - Aún no sé tu nombre.- Preguntó ella. - ¡Tienes razón! Disculpa mis modales, pero el aislamiento está afectándoles sin duda. Me llamo Jon. ¿Y tú? - Yo Calíope, pero puedes llamarme Cali. - Un placer Cali. Hoy eres mi invitada y cocinaré para ti. Vamos a celebrar nuestro encuentro con algún que otro manjar. Pasa, te enseñaré el piso. Y después podrás contarme tu historia.

Y los dos entraron en el piso número catorce de una calle de nombre desconocido.

Contacto

lunes, 30 de noviembre de 2009


Calíope había leído el cartel ya tres veces, y todavía no daba crédito a lo que había escrito en él. Era una letra de hombre, grande y vistosa. En apenas unas líneas se leía:

"Si eres un humano, no estás infectado y estás leyendo esto, ¡Enhorabuena!
Coge el extremo del interfono, estira del cable tres veces y hablaremos.
Si suena bien al otro lado te diré donde estoy refugiado y podremos compartir refugio y alimento."

Parecía una broma pesada, no obstante era demasiado tentador como para dejarlo correr. Calíope estiró del cable tres veces y esperó escuchando sin demasiada esperanza con el envase del yogur en la mano. Ajena en la calle el cable subía por la fachada y entraba por uno de los últimos balcones del edificio. Nada más entrar en la vivienda se enroscaba en una campanilla sujetada a una polea. Esta comenzó a tañer. Sorprendido por lo inesperado del sonido tardó en reaccionar. Dejó sus tareas y corrió hacia la ventana de observación desde donde podría espiar a quien tiraba del cable sin ser visto. El invento de la campanilla sólo había funcionado un par de veces con esta y lo cierto es que estaba ilusionado. Miró por la ventana y no pudo más que asombrarse. Era una mujer, una mujer joven la que estaba tirando del cable. Se aclaró la garganta cogió el otro yogur y se dispuso a hablarle a través del hilo que acompañaba al cable.

- ¿Hola? -Comenzó dubitativo. - ¿Sí? ¿Me oyes? -Respondió Calíope.
- Sí, sí, ¿estás bien? ¿estás herida? -Continuó él. - No, no, estoy bien. He leído el cartel y ...
- Lo sé, suena un poco a broma, pero no se me ocurrió una mejor manera de discriminar entre los supervivientes y los infectados. No saben leer, ¿lo sabías? -Preguntó algo inocente.
- Lo intuía. -Dijo Calíope con un tono poco condescendiente.
- Bueno, voy a bajar y subes. Tengo más o menos de todo. No sé cuales son tus planes, pero si quieres te puedes quedar un par de días o bueno no sé el tiempo que quieras. Retrocede unos 50 metros y encontrarás un patio con doble reja. Yo tardaré un poco pero en seguida te abro. Si vienen zombies mientras tendrás que despistarlos. No pienso abrir si algo no va bien o si sospecho algo. Podrás volver a llamar cuando todo se calme. ¿Todo claro? -Preguntó. - Cristalino. -Le cortó ella.

Calíope comenzó a retroceder como le había indicado el desconocido del cartel. Pronto se encontró la verja negra y reforzada con maderas que sin duda habría mejorado él o los habitantes del edificio. Él continuó observándola por la ventana mientras cogía algunas cosas y se vestía con las protecciones habituales. Al cabo de unos minutos que parecieron horas Calípe oyó ruido desde la segunda verja que se entreveía desde los tablones. - ¿Sigues ahí? ¿Estás bien? -dijo él. - Sí, sí, estoy bien, no hay moros en la costa. -Respondió ella ya un poco cansada de tanta murga.

La verja se abrió después de descorrer varios pestillos. -¡Hola! Bienvenida a mi pequeño edificio. ¡Pasa, rápido! Tenemos que darnos prisa.- Calíope entró azuzada por sus indicaciones y atravesó las dos verjas que daban acceso al interior del edificio. El interior estaba cálido, algo más que en la calle. Había un bidón de plástico que contenía un líquido rojo al lado de la segunda verja. El hombre se asomó, inspeccionó los dos lados de la calle y al comprobar que no había nada ni nadie se metió para dentro y cogió el bidón. Lo abrió y comenzó a esparcir el líquido rojo por toda la acera y el espacio entre las dos verjas. -Es vino tinto del malo. Cabezón y además apesta. En anteriores ocasiones he utilizado otras cosas como alcohol, agua oxigenada o lejía. Pero es lo que me queda ahora y creo que también funciona. Los despista y no hace que husmeen por aquí.- Cerró a cal y canto las dos verjas y en silencio se dirigió hacia su piso franco. -Acompáñame por favor. Hoy eres mi invitada.-