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Asfalto

jueves, 8 de octubre de 2009


Determinación, coraje, esperanza, a Calíope le encantaba ensimismarse en sus pensamientos cuando entrenaba. Ahora no estaba entrenando sin embargo se preguntaba si quizá no fuera una adicta a las emociones o una masoquista emocional. No obstante mientras corría por la carretera con rumbo fijo a la ciudad era imposible no pensar en esos tres sentimientos.

Determinación de tener un destino, de tener un camino y unos objetivos. Iba a sobrevivir, pasara lo que pasase, porque para rendirse se hubiera quedado en su casa, con su hermano. Iba a averiguar qué les había pasado a sus padres. Iba a encontrar a algo o a alguien que le diera respuestas, o un sitio donde poder vivir, o la cura de todo aquel mal, no lo tenía claro del todo.

Coraje para continuar hacia delante, para seguir sobreviviendo hora tras hora, aunque para ello tuviera que hacer cosas terribles.

Esperanza porque sin ella no somos nada. Sin la Esperanza de algo mejor, de una solución a algún problema, de encontrar lo que buscamos, no somos nadie. Nos apagamos como las velas y esperamos a que nos llegue la hora. Y ella no estaba dispuesta a dejar que le pasara nada de eso.

Ver el paisaje de la carretera repleta no hacía más que incrementar el sentimiento de desasosiego en ella. Coches abandonados, coches estrellados, puertas abiertas con miembros colgando de ellas, cadáveres mutilados por doquier, ni rastro de nada que se moviera exceptuándola a ella. Había sangre en el asfalto, sangre en las ventanillas, en los capós de los coches, en los parabrisas. Era una escena dantesca que se repetía sin cesar kilómetro a kilómetro. Aunque tenía cuidado de no pisar los charcos de sangre en determinados tramos era completamente imposible. Los dos carriles de salida de la ciudad estaban completamente colapsados. Así que iba por la parte de la mediana cuyo sentido iba directamente hacia la ciudad. Muchos vehículos trataron de escapar de la ciudad también por esos carriles, el pánico tuvo que cundir y comenzaron los accidentes. Calíope se detuvo a escasos metros de la mediana cuando vio un vehículo de policía. Por fin lo que andaba buscando.

Se encontraba empotrado contra la mediana, pero con un poco de suerte podría encontrar algo que le sirviera. Se acercó con cautela, siempre sigilosamente, tratando de escucharlos, tratando de anticiparse a cualquier peligro. Subió la mediana y miró el coche con detenimiento. Parecía que el conductor estuviera empotrado contra el volante, el parabrisas se encontraba completamente agrietado por dentro y cubierto de sangre evitaba así que pudiera ver cualquier detalle del interior. Bajó de la mediana por el lado de la puerta del acompañante y despacio se acercó al vehículo. Escuchó por si había alguna señal que procediera de dentro del coche patrulla pero sólo percibió un leve chisporroteo. Lentamente abrió la puerta, con mucho cuidado y siempre preparada para dar un portazo y alejarse corriendo. El policía o lo que quedaba de él estaba muerto. Supuso que murió antes de que se lo comieran. No llevaba puesto el cinturón de seguridad así que tuvo que ser casi instantáneo. Ahora yacía sobre el volante, el mismo que le golpeó el pecho, sólo que sin tripas y sin piernas, todo devorado. Calíope estuvo a punto de vomitar, pero no lo hizo. Examinó bien el interior del vehículo: las llaves seguían puestas, el policía llevaba su pistola al cinto, la escopeta de dotación seguía en el medio del habitáculo, ni rastro del compañero aunque en su lugar había un buen reguero de sangre, la radio del coche chisporroteaba y no ofrecía señales de vida. Eligió la escopeta, en su opinión era lo más versátil, se la podría llevar ajustada a la espalda con un nudo corredizo, y en caso de encuentro sabía que sería mucho más efectiva que la pistola, por no hablar de que no había disparado nunca. Había visto muchas heridas de escopeta y tenía claro que sería mucho más sencillo alcanzarlos con un cono de postas que con una bala, o eso pensó en ese momento. Tampoco podía cargar en exceso, si tuviera que escapar de alguno de los más rápidos necesitaría ir ligera de equipaje. Cogió la escopeta y la cargó con todos los cartuchos que pudo, como había visto en las películas. El resto de cartuchos se los metió en los bolsillos con cremallera de la chaqueta. En total llevaba dieciocho cartuchos, menos daba una piedra. Se ajustó la correa a la espalda y continuó la marcha.

Llevaba recorridos prácticamente cinco kilómetros de distancia cuando se encontró con una imagen que le hizo detenerse. Era como si hubieran metido una sierra mecánica dentro de ese autobús, y hubieran esparcido los restos por toda la carretera. Empezó a andar despacio entre aquella casquería, prestando atención a cualquier ruido o indicio de actividad hostil. Vigilaba detenidamente las dos puertas abiertas del autobus esperando que algo saliera de ellas en cualquier momento. Repentinamente, un brazo salió de debajo de un coche al que distraídamente se había acercado demasiado y le asió el tobillo derecho. Asustada Calíope trató de zafarse pero la presa era muy fuerte, trató de apartarse y consiguió que el tronco superior de ese ser saliera de debajo del coche. Entonces le propinó una brutal patada en la cabeza con el pie libre, el infectado aflojó la presa y Calíope con un movimiento descendente le aplastó la cabeza contra el asfalto empleando para ello la culata de la escopeta.

Cuando sus pulsaciones se hubieron normalizado reemprendió la marcha sin más dilación. Se le estaba haciendo tarde. Mientras se alejaba no dejaba de pensar en lo que acababa de suceder, ese hombre, o en lo que coño se hubiera convertido, llevaba un uniforme de ATS, la alianza en su mano denotaba que estaba casado, probablemente acababa de matar al padre de una familia. Comenzó a sollozar, débilmente notaba como poco a poco su moral la iba abandonando. Maldijo entre dientes y enjugándose las lágrimas con la manga del chandal siguió corriendo.