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Vicisitud

domingo, 29 de noviembre de 2009


Al principio pareció correr desconcertada. Sin rumbo fijo se limitó a zigzaguear entre los edificios: manzana izquierda, manzana derecha, de nuevo izquierda, tratando de despistar a sus perseguidores. Todavía trataba de asimilar lo que había ocurrido esa noche. El sueño premonitorio que la había ayudado a tener una ventaja. Ese ser de nuevo apareciendo en mitad de la noche casi sin poder distinguir sueño de realidad. Por un momento creía que se había vuelto loca. Y que una vez más se encontraba en una pesadilla. Sin duda la soledad le estaba pasando factura. El aislamiento al que se veía forzada la estaba llevando al límite.

Se estaba adentrando en un barrio que no conocía. Sabía donde estaba en la ciudad, en que parte, distancias, referencias, pero no conocía esas calles. Así era fácil caer en un callejón sin salida o quedar atrapada entre varios grupos de zombies. La situación se había ido complicando desde que decidió ir en busca de las personas que quería. No sabía si las podría encontrar, ni tan siquiera si seguían vivas, pero algo en su interior la empujaba a buscarlas. A saber qué había sido de ellas. Después tendrían que huir. Pero antes había que encontrarlas. Mucho antes de eso había que descansar y reorganizarse.

Había pasado ya un tiempo prudencial. Ya hacía tiempo que había dejado de oírlos. Detuvo su carrera y comenzó a caminar. Las calles en ese barrio mostraban la estampa habitual que ya había visto por toda la ciudad. Calles vacías de humanidad, con algún que otro vehículo. Ningún cadáver. Mucha sangre por doquier: en paredes, en portales, en la calle, en la acera. Continuó caminando mientras amanecía. Cuando giró la última esquina que recorrería ese día, la luz del amanecer trajo un halo de esperanza sobre ella. En el medio de un edificio colgaba desde el piso más alto una especie de cable, no podía verlo muy bien desde donde se encontraba. El cable llegaba prácticamente a metro y medio de la acera. En su extremo final había algo enganchado y justo unos centímetros por encima una especie de cartel de cartón.

Para Calíope era como si alguien hubiese escuchado sus plegarias. Se detuvo en seco frente al cartel. Lo leyó y con una sonrisa en los labios cogió el envase del yogur que colgaba del cordón.

Carrera

domingo, 27 de septiembre de 2009

Era una fría noche, oscura, que no hubiera invitado a salir en condiciones normales, mucho menos en estos tiempos tenebrosos.

Cuando Calíope abrió la puerta no imaginaba lo que se iba a encontrar al otro lado, ni siquiera en sus peores pesadillas podría haberlo vivido. El tiempo pareció detenerse y lo que para ella pareció una eternidad en realidad sucedió en unos pocos segundos. En el marco de la puerta, perfilado contra la luz de una farola de la urbanización estaba su hermano. De no existir esa farola lo habría abrazado sin dudarlo. Pero la imagen que la petrificó ya no era él. Llevaba la ropa con la que había salido de casa hacía ya varios días, estaba sucia, manchada y rota por varios sitios. Su cara aparecía totalmente demacrada, ensangrentada, con la boca abierta, los dientes podridos y amarillentos, sus ojos carentes de toda expresión aparecían vacíos en sus cuencas. El sonido que Calíope había oído en la puerta era el muñón de la mano derecha de lo que había sido su hermano. Parecía que le habían arrancado la mano a mordiscos, y con el hueso era con lo que había rascado la puerta, tratando de llamar, como si hubiera olvidado que había un timbre.

De repente se abalanzó sobre ella, su movimiento fue rápido, muy rápido. Con los brazos extendidos trató de abrazar a Calíope y morderle para saciar su hambre, ese hambre no humana que se apoderaba de todos los infectados.

Ella lo esquivó como movida por un resorte, se apartó con un movimiento felino y dejó su pierna cruzada en el camino de su ya extinto hermano. Él no pudo hacer nada más que tropezar y caer de bruces al suelo justo en el mismo sitio donde había estado su hermana hacía un segundo. Gruñó como desencantado con el resultado, pero Calíope no vaciló, con lágrimas en los ojos, cruzó el umbral de la puerta y rápidamente la cerró de un portazo encerrando a su hermano en la casa familiar. Quizá algún día podría volver con una vacuna o una cura, quien sabe.

La escena en el portal de la casa de Calíope no pasó inadvertida para sus "nuevos" vecinos. Y estos comenzaron a acercarse con sus habituales gemidos y gorjeos. Era un grupo no demasiado numeroso, la mayoría conocidos, vecinos, trabajadores de la zona, ni rastro de sus padres. El grueso del grupo iba andando hacia la casa desde distintas direcciones pero un par de adolescentes se lanzó a la carrera desde el comienzo de la calle. Tenía que actuar deprisa, no había tiempo para sentimientos ni para ponerse a decidir.

Canalizó todo su miedo y lo empleó en hacer una cosa que se le daba muy bien, realmente bien, correr. Corrió firme y rápidamente por la única calle por donde no parecía que viniera ninguno de esos seres. Corrió a un ritmo infernal y muy pronto tuvo una distancia de ventaja más que suficiente para pararse a recuperar el resuello, si lo hubiera perdido. En lugar de detenerse bajó el ritmo y continuó corriendo esta vez con un rumbo fijo, ya sabía dónde iba a ir.

Un poco más allá de las últimas casas de la urbanización, en la dirección que llevaba, había una especie de terraplén que terminaba en una zona en construcción, allí había una parcela acotada por muros de cemento, abandonada meses antes de la infección. Allí estaría segura, podría descansar y pensar en su próximo movimiento.

Súbitamente algo la sacó de sus pensamientos. Un ruido en unos arbustos a su izquierda. Incrementó el ritmo que había bajado desde hacía unos minutos, casi no vio salir de entre los arbustos al dueño del gimnasio de la urbanización. Tenía la mandíbula desencajada de rabia, y los ojos inyectados en sangre. Estaba muy cerca ya del terraplén, no podía dejar que la cogiera uno de ellos ahora. Él salió a toda carrera detrás de ella emitiendo un grito que le heló la sangre. La descarga de adrenalina fue inmensa. Ella aceleró todo lo que daban de sí sus ya cansadas piernas, consiguió mantenerlo a raya unos metros, aunque notaba su aliento en la espalda, no podía girarse para ver dónde estaba, demasiado cerca pensó, no lo conseguiré. Siguió corriendo como alma que lleva el diablo, ya estaba cerca el terraplén, muy cerca, tres pasos, dos, y saltó. El saltó fue bastante bueno, prácticamente salvó la distancia con la parte del muro que tenía más cerca y cayó dentro de la zona vallada. La caída no fue tan buena como el salto, se golpeó la cadera y la pierna izquierda se le entumeció. Para el infectado no hubo tanta suerte, se despeñó por el terraplén y se golpeó con el muro de cemento en la base cuando alcanzó el nivel más bajo. Ella esperó que hubiera muerto, o por lo menos que hubiera quedado incapacitado.

Poco a poco fue recuperando el aliento. La pierna le dolía bastante, pero no había tiempo que perder. Cojeando examinó la zona vallada. El muro de cemento era de unos dos metros y todo él permanecía intacto. No había huecos ni resquicios, salvo por la entrada, era una verja metálica de rejilla, cerrada con una gruesa cadena y un candado de los serios. Supondría que aguantaría si alguna de esas criaturas trataba de alcanzarla. ¿Qué otra cosa podía hacer? Se preguntó. La vegetación había crecido bastante en el solar, así que no tardó en encontrar un buen montón de arbustos en un rincón de la zona alejada de la entrada donde poder tumbarse y descansar.

A los pocos minutos se quedó dormida.