Oniros

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Acababa de amanecer cuando Calíope despertó. Era extraño pero había dormido de un tirón, era la primera vez desde que estalló el incidente. Se sentía bien. Había descansado y prácticamente el dolor de la pierna y la cadera habían desaparecido. La mañana era fría, sin embargo ella se encontraba cómoda con el frescor matutino. Se incorporó en su lecho de arbustos y miró a su alrededor.

Todo parecía normal, tranquilo, de no ser por ese tintineo incesante. Súbitamente se alarmó, ese sonido era el que la había despertado, no la débil luz del sol que trataba inútilmente de atravesar las nubes de tormenta. No vio nada raro. No había nadie a excepción de ella misma en el solar. No había signos de infectados por los alrededores. Miró con más detenimiento y en ese momento la vio. La cadena que sujetaba las dos verjas que hacían de puerta colgaba de una de ellas sin el candado. El corazón le dio un vuelco. No podía creer lo que estaba viendo. Se levantó sin perder un segundo y corrió desesperada hacia la verja. Cuando su campo de visión alcanzó a divisar lo que había al otro lado se detuvo en seco. Habían por lo menos cien de esos seres al otro lado de la verja. Todos parados, aguardando, mirando fijamente a Calíope a través de las verjas, ahora abiertas.

Calíope retrocedió, totalmente desconcertada. No era posible, no era posible que hubieran conseguido abrir el candado o romperlo. Habría hecho falta una cizalla, y ellos no usaban herramientas!

Se alejó todo lo que pudo de la entrada del recinto y buscó el muro. Se encaramó con un salto grácil y se puso de pié en lo alto de aquella parte del mismo. Lo que vio la dejó helada. Era imposible contarlos. En todas direcciones se extendían cientos de esos seres, quién sabe cuantos, debían haber venido de otras zonas porque en su urbanización no había tanta gente. Estaba completamente rodeada, no había escapatoria. Por primera vez desde que todo empezó se planteó realmente la posibilidad de terminar como una de ellos. La mera idea le revolvió el estómago. La desesperación le hizo mirar hacia el terraplén. Si conseguía el suficiente impulso y después trepaba como pudiera, quizá hubiera una escapatoria. No eran muchos los que cubrían el muro por ese lado ya que no tenían mucho espacio ahí abajo. Se decidió y comenzó a correr hacia ese lado, no iba muy deprisa ya que pasara lo que pasase no podía caer del muro. Tenía que mantener el equilibrio a toda costa.

Algunos brazos se alzaron a su paso y trataron de asirle algún tobillo, pero estaba fuera de su alcance. Ninguna de esas criaturas saltó en algún momento. Cuando encaró la parte que daba al terraplén eligió el momento adecuado y saltó. Voló un par de metros y aterrizó en plena pared de lodo, hundió sus manos en él y comenzó a trepar con el mejor ritmo que pudo. No miró atrás, no debía, debía concentrarse en trepar, en subir a la mayor brevedad. Cuándo estuviera arriba correría hacia el este, hacia la urbe más cercana. Ya casi lo había logrado, un poco más, se animó. Tenía el pulso acelerado, la respiración entrecortada. Estaba completamente perdida de barro, pero todo eso no importaba, tenía que salir de allí, menuda idea había tenido, meterse en una ratonera. Tomó nota mental de la situación para en un futuro, si sobrevivía no volver a repetir semejante error. Ya estaba casi, un par de agarres más y estaría levantándose arriba. Subió el brazo derecho primero, apoyó la mano y justo en ese instante, una mano la cogió del cuello y tiró de ella.

El brazo debía de ser enorme, o quien tirara de ella poseía una fuerza descomunal. La presa la asfixiaba y al mismo tiempo le presionaba la carótida, notaba como los músculos del cuerpo se atenazaban, seis segundos más y estaría muerta. Se encontraba suspendida en el aire, pataleaba, trataba de gritar pero era incapaz, su resistencia fue fútil. Al cabo de unos segundos que parecieron siglos, comenzó a ver la escena desde otra perspectiva. Su cuerpo colgaba inerte de la mano de aquel monstruo. Medía casi dos metros y en otro tiempo podría haber sido un hombre bien parecido de unos cuarenta años con una complexión atlética formidable. Ahora era uno de ellos. Pero tenía un halo que lo hacía distinto, más peligroso, mucho más amenazador. Mientras sacudió su cadáver y lo lanzó al vacío profirió un grito espeluznante, un grito de victoria.

Acababa de amanecer cuando Calíope despertó...

Carrera

domingo, 27 de septiembre de 2009

Era una fría noche, oscura, que no hubiera invitado a salir en condiciones normales, mucho menos en estos tiempos tenebrosos.

Cuando Calíope abrió la puerta no imaginaba lo que se iba a encontrar al otro lado, ni siquiera en sus peores pesadillas podría haberlo vivido. El tiempo pareció detenerse y lo que para ella pareció una eternidad en realidad sucedió en unos pocos segundos. En el marco de la puerta, perfilado contra la luz de una farola de la urbanización estaba su hermano. De no existir esa farola lo habría abrazado sin dudarlo. Pero la imagen que la petrificó ya no era él. Llevaba la ropa con la que había salido de casa hacía ya varios días, estaba sucia, manchada y rota por varios sitios. Su cara aparecía totalmente demacrada, ensangrentada, con la boca abierta, los dientes podridos y amarillentos, sus ojos carentes de toda expresión aparecían vacíos en sus cuencas. El sonido que Calíope había oído en la puerta era el muñón de la mano derecha de lo que había sido su hermano. Parecía que le habían arrancado la mano a mordiscos, y con el hueso era con lo que había rascado la puerta, tratando de llamar, como si hubiera olvidado que había un timbre.

De repente se abalanzó sobre ella, su movimiento fue rápido, muy rápido. Con los brazos extendidos trató de abrazar a Calíope y morderle para saciar su hambre, ese hambre no humana que se apoderaba de todos los infectados.

Ella lo esquivó como movida por un resorte, se apartó con un movimiento felino y dejó su pierna cruzada en el camino de su ya extinto hermano. Él no pudo hacer nada más que tropezar y caer de bruces al suelo justo en el mismo sitio donde había estado su hermana hacía un segundo. Gruñó como desencantado con el resultado, pero Calíope no vaciló, con lágrimas en los ojos, cruzó el umbral de la puerta y rápidamente la cerró de un portazo encerrando a su hermano en la casa familiar. Quizá algún día podría volver con una vacuna o una cura, quien sabe.

La escena en el portal de la casa de Calíope no pasó inadvertida para sus "nuevos" vecinos. Y estos comenzaron a acercarse con sus habituales gemidos y gorjeos. Era un grupo no demasiado numeroso, la mayoría conocidos, vecinos, trabajadores de la zona, ni rastro de sus padres. El grueso del grupo iba andando hacia la casa desde distintas direcciones pero un par de adolescentes se lanzó a la carrera desde el comienzo de la calle. Tenía que actuar deprisa, no había tiempo para sentimientos ni para ponerse a decidir.

Canalizó todo su miedo y lo empleó en hacer una cosa que se le daba muy bien, realmente bien, correr. Corrió firme y rápidamente por la única calle por donde no parecía que viniera ninguno de esos seres. Corrió a un ritmo infernal y muy pronto tuvo una distancia de ventaja más que suficiente para pararse a recuperar el resuello, si lo hubiera perdido. En lugar de detenerse bajó el ritmo y continuó corriendo esta vez con un rumbo fijo, ya sabía dónde iba a ir.

Un poco más allá de las últimas casas de la urbanización, en la dirección que llevaba, había una especie de terraplén que terminaba en una zona en construcción, allí había una parcela acotada por muros de cemento, abandonada meses antes de la infección. Allí estaría segura, podría descansar y pensar en su próximo movimiento.

Súbitamente algo la sacó de sus pensamientos. Un ruido en unos arbustos a su izquierda. Incrementó el ritmo que había bajado desde hacía unos minutos, casi no vio salir de entre los arbustos al dueño del gimnasio de la urbanización. Tenía la mandíbula desencajada de rabia, y los ojos inyectados en sangre. Estaba muy cerca ya del terraplén, no podía dejar que la cogiera uno de ellos ahora. Él salió a toda carrera detrás de ella emitiendo un grito que le heló la sangre. La descarga de adrenalina fue inmensa. Ella aceleró todo lo que daban de sí sus ya cansadas piernas, consiguió mantenerlo a raya unos metros, aunque notaba su aliento en la espalda, no podía girarse para ver dónde estaba, demasiado cerca pensó, no lo conseguiré. Siguió corriendo como alma que lleva el diablo, ya estaba cerca el terraplén, muy cerca, tres pasos, dos, y saltó. El saltó fue bastante bueno, prácticamente salvó la distancia con la parte del muro que tenía más cerca y cayó dentro de la zona vallada. La caída no fue tan buena como el salto, se golpeó la cadera y la pierna izquierda se le entumeció. Para el infectado no hubo tanta suerte, se despeñó por el terraplén y se golpeó con el muro de cemento en la base cuando alcanzó el nivel más bajo. Ella esperó que hubiera muerto, o por lo menos que hubiera quedado incapacitado.

Poco a poco fue recuperando el aliento. La pierna le dolía bastante, pero no había tiempo que perder. Cojeando examinó la zona vallada. El muro de cemento era de unos dos metros y todo él permanecía intacto. No había huecos ni resquicios, salvo por la entrada, era una verja metálica de rejilla, cerrada con una gruesa cadena y un candado de los serios. Supondría que aguantaría si alguna de esas criaturas trataba de alcanzarla. ¿Qué otra cosa podía hacer? Se preguntó. La vegetación había crecido bastante en el solar, así que no tardó en encontrar un buen montón de arbustos en un rincón de la zona alejada de la entrada donde poder tumbarse y descansar.

A los pocos minutos se quedó dormida.

Negación

martes, 22 de septiembre de 2009

La mayoría de las personas cuando se enfrentan a lo desconocido, a una situación límite o bien a algo que se sale de lo común tienden a negarlo. Es como un instinto de protección, como si la naturaleza nos hubiera dotado de un mecanismo que salta como un resorte. Cuantas personas al perder a un ser querido lo primero que han hecho ha sido decir No. Un No rotundo, habitualmente seguido de un No Puede Ser.

Ella había vivido una situación de ese tipo, de hecho varias y muy seguidas. Por no hablar de que la humanidad y el mundo se habían visto abocados al desastre. El problema de la situación que le había tocado vivir sola, desgraciadamente era fundamentalmente que se encontraba sostenida en el tiempo. Perduraría no se sabe por cuanto, quizá para siempre.

Calíope llevaba días viviendo un infierno personal. Su moral se encontraba completamente hundida después de las últimas noticias, sus remordimientos la atenazaban y le impedían pensar con claridad y mucho menos tomar decisiones trascendentes, las cuales se le antojaban vitales, por lo menos si quería seguir sobreviviendo en la situación en la que se encontraba. No tenía fuerzas ni siquiera para seguir llorando a los suyos o para compadecerse de si misma y de la desesperada situación en la que se hallaba. El cansancio mental y la presión a la que se veía sometida comenzaban a hacer mella en su salud física. Creía tener alucinaciones, oír cosas que no sucedían, poco a poco estaba perdiendo la cordura.

Cuando una persona decide estar sola y consigue esa ansiada soledad se llega a un momento de calma, de paz interior. Se está tranquilo con uno mismo, sin embargo si una persona se ve forzada a la soledad corre el riesgo de dejar de serlo. La humanidad de Calíope se encontraba reducida a jirones de lo que una vez había sido. Antes de que el incidente comenzara ella era una chica normal, como todas las demás, con alguna particularidad pero básicamente podríamos definirla como divertida y extrovertida, disfrutaba de sus amigos y de su familia cuando lograba reunirla de vez en cuando. Sin embargo ahora que se le había privado forzosamente de ese contacto con el resto de las personas, estaba empezando a deshumanizarse.

Toda su vida, sus planes de futuro, sus anhelos, sus ilusiones, de la noche a la mañana se habían reducido a cenizas, cenizas que se le escapaban de las manos... sobretodo cuanto más tiempo permaneciera en su casa, ahora tristemente vacía. Ella sabía que tenía que hacer algo, sabía que tenía que reaccionar, tenía que salir de allí, pero ¿a dónde iría?, ¿qué haría?
Hacía muchos días que las horas pasaban largas, se volvían eternas, convirtiéndose en una tortura para su mente y su capacidad de raciocinio: recuerdos, sentimientos, emociones, ...

Es curioso lo relativo que puede llegar a ser el tiempo. Más aún si nos fijamos en situaciones extremas, cuando estamos sumidos en una depresión o padecemos alguna enfermedad grave y estamos recuperándonos, no pasan las horas ni mucho menos los días. En cambio cuando estamos disfrutando de nuestro cumpleaños, o de alguna actividad que nos apasiona, el tiempo pasa en seguida, casi sin darnos cuenta. Ella hacía tiempo que había dejado de contar los días, ahora bien cada hora que superaba era una victoria, efímera pero una victoria al fin y al cabo.

Desde que esa noche la oscuridad cayó sobre su urbanización venía oyendo ese ruido. Era un ruido extraño, débil, próximo, como de madera contra madera, la lluvia lo atenuaba y enmascaraba, pero desde la bañera del baño del primer piso podía oírlo de vez en cuando con toda claridad. Parecía el ruido de los perros cuando escarban en la tierra, con la salvedad de la abrasión contra la madera. Se levantó con la intención de averiguar la fuente de donde provenía ese ruido. Estaba más o menos tranquila ya que tenía casi la completa certeza de que era la única que seguía en la urbanización. Así que se puso su chandal de estar por casa, salió de la bañera y se dirigió escaleras abajo. El ruido se hizo intermitente aunque sólo le bastó poner un pie en la planta baja para saber de donde provenía. Se acercó con todo el sigilo del que fue capaz a la puerta principal. El ruido venía del otro lado. Era como una lima, como si algo quisiera difuminar la puerta con un palo de madera. Ya no sabía si eran imaginaciones suyas, si era la lluvia o si verdaderamente estaba oyendo ese sonido. Entre dientes maldijo a su padre por instalar aquel portero electrónico tan caro y no colocar una mirilla en la puerta como Dios manda. Decía que era por estética, que la puerta era mucho más bonita sin mirilla. Tenía que tomar una decisión, quizá fuera alguien de su familia que había conseguido volver a la casa, y necesitaba ayuda, tenía que ayudarle. Así que, decidida abrió la puerta de par en par.

Para bien o para mal la hora de Calíope había llegado...

Nocturna

viernes, 18 de septiembre de 2009

La lluvia enmascara los sonidos, los mismos que en estos tiempos traen el horror. Ese horror nunca antes conocido por el hombre, que pretende pasar por cotidiano e instalarse en nuestras vidas. Algo a lo que ella nunca creería que podría llegar a acostumbrarse.

Ella se encontraba enroscada en su manta, dentro de la bañera de mármol, tratando de dormir. Pero no lo conseguía. Es difícil para los seres humanos enfrentarse a lo desconocido, mucho más si es algo que escapa a la ciencia, a la religión o a cualquier tipo de razonamiento. Ella sólo tenía clara una cosa...

No quería morir.

Durante el día el panorama era desolador, pero por las noches aún era peor, mucho peor. A los típicos sonidos que nunca prestamos atención había que añadir los mordiscos, los gritos, los alaridos en mitad de la calle de algún infeliz al que habían encontrado, o el sonido de ellos alimentándose de cualquier presa.

Ella se dio la vuelta con la vana esperanza de conciliar el sueño. Necesitaba dormir, hacía mucho que no lo hacía en condiciones, ni mucho menos durante 4 horas seguidas. De repente escuchó el familiar sonido de las llaves en la puerta, no podía creérselo, al fin, alguien había vuelto. Se levantó con tanta prisa que se golpeó el hombro con el grifo de la bañera, maldiciendo entre dientes salió del baño y cruzó el pasillo hacia la puerta con la esperanza de ver a su padre, a su madre, o quizá a su hermano pequeño? Quizá fuera a él a quien más deseara volver a ver en el mundo. Estaba a punto de girar la esquina del recibidor cuando abrió los ojos y vio la pared de la bañera forrada con mantas.

Una vez más su imaginación y la tensión de la situación volvieron a jugarle una mala pasada. ¿Qué habría sido de su familia? ¿Volvería a verlos con vida algún día o se volvería loca en la soledad de su casa? Todos estos pensamientos atravesaban su cerebro a toda velocidad, a veces era tan fuerte la sensación de impotencia, de desesperación, que llegaba a paralizarse. Se quedaba inmóvil sin poder hacer nada, esperando algo que consiguiera liberarla, que consiguiera romper esa sensación y devolverle algo de la vida que una vez tuvo.

Es curioso como el ser humano aprecia de verdad lo que tenía solamente cuando lo ha perdido. O más aún, reparamos en las cosas triviales de la vida y aprendemos a valorarlas en su justa medida sólo cuando no podemos hacerlas. Ella no volvería a ver a su familia nunca más, y esa idea la martirizaba en todo momento, pero era justo durante las interminables noches cuando esos momentos se hacían eternos.

Y entre sollozos volvió a darse la vuelta e intentó dormirse de nuevo.