La mayoría de las personas cuando se enfrentan a lo desconocido, a una situación límite o bien a algo que se sale de lo común tienden a negarlo. Es como un instinto de protección, como si la naturaleza nos hubiera dotado de un mecanismo que salta como un resorte. Cuantas personas al perder a un ser querido lo primero que han hecho ha sido decir No. Un No rotundo, habitualmente seguido de un No Puede Ser.
Ella había vivido una situación de ese tipo, de hecho varias y muy seguidas. Por no hablar de que la humanidad y el mundo se habían visto abocados al desastre. El problema de la situación que le había tocado vivir sola, desgraciadamente era fundamentalmente que se encontraba sostenida en el tiempo. Perduraría no se sabe por cuanto, quizá para siempre.
Calíope llevaba días viviendo un infierno personal. Su moral se encontraba completamente hundida después de las últimas noticias, sus remordimientos la atenazaban y le impedían pensar con claridad y mucho menos tomar decisiones trascendentes, las cuales se le antojaban vitales, por lo menos si quería seguir sobreviviendo en la situación en la que se encontraba. No tenía fuerzas ni siquiera para seguir llorando a los suyos o para compadecerse de si misma y de la desesperada situación en la que se hallaba. El cansancio mental y la presión a la que se veía sometida comenzaban a hacer mella en su salud física. Creía tener alucinaciones, oír cosas que no sucedían, poco a poco estaba perdiendo la cordura.
Cuando una persona decide estar sola y consigue esa ansiada soledad se llega a un momento de calma, de paz interior. Se está tranquilo con uno mismo, sin embargo si una persona se ve forzada a la soledad corre el riesgo de dejar de serlo. La humanidad de Calíope se encontraba reducida a jirones de lo que una vez había sido. Antes de que el incidente comenzara ella era una chica normal, como todas las demás, con alguna particularidad pero básicamente podríamos definirla como divertida y extrovertida, disfrutaba de sus amigos y de su familia cuando lograba reunirla de vez en cuando. Sin embargo ahora que se le había privado forzosamente de ese contacto con el resto de las personas, estaba empezando a deshumanizarse.
Toda su vida, sus planes de futuro, sus anhelos, sus ilusiones, de la noche a la mañana se habían reducido a cenizas, cenizas que se le escapaban de las manos... sobretodo cuanto más tiempo permaneciera en su casa, ahora tristemente vacía. Ella sabía que tenía que hacer algo, sabía que tenía que reaccionar, tenía que salir de allí, pero ¿a dónde iría?, ¿qué haría?
Hacía muchos días que las horas pasaban largas, se volvían eternas, convirtiéndose en una tortura para su mente y su capacidad de raciocinio: recuerdos, sentimientos, emociones, ...
Es curioso lo relativo que puede llegar a ser el tiempo. Más aún si nos fijamos en situaciones extremas, cuando estamos sumidos en una depresión o padecemos alguna enfermedad grave y estamos recuperándonos, no pasan las horas ni mucho menos los días. En cambio cuando estamos disfrutando de nuestro cumpleaños, o de alguna actividad que nos apasiona, el tiempo pasa en seguida, casi sin darnos cuenta. Ella hacía tiempo que había dejado de contar los días, ahora bien cada hora que superaba era una victoria, efímera pero una victoria al fin y al cabo.
Desde que esa noche la oscuridad cayó sobre su urbanización venía oyendo ese ruido. Era un ruido extraño, débil, próximo, como de madera contra madera, la lluvia lo atenuaba y enmascaraba, pero desde la bañera del baño del primer piso podía oírlo de vez en cuando con toda claridad. Parecía el ruido de los perros cuando escarban en la tierra, con la salvedad de la abrasión contra la madera. Se levantó con la intención de averiguar la fuente de donde provenía ese ruido. Estaba más o menos tranquila ya que tenía casi la completa certeza de que era la única que seguía en la urbanización. Así que se puso su chandal de estar por casa, salió de la bañera y se dirigió escaleras abajo. El ruido se hizo intermitente aunque sólo le bastó poner un pie en la planta baja para saber de donde provenía. Se acercó con todo el sigilo del que fue capaz a la puerta principal. El ruido venía del otro lado. Era como una lima, como si algo quisiera difuminar la puerta con un palo de madera. Ya no sabía si eran imaginaciones suyas, si era la lluvia o si verdaderamente estaba oyendo ese sonido. Entre dientes maldijo a su padre por instalar aquel portero electrónico tan caro y no colocar una mirilla en la puerta como Dios manda. Decía que era por estética, que la puerta era mucho más bonita sin mirilla. Tenía que tomar una decisión, quizá fuera alguien de su familia que había conseguido volver a la casa, y necesitaba ayuda, tenía que ayudarle. Así que, decidida abrió la puerta de par en par.
Para bien o para mal la hora de Calíope había llegado...
Ella había vivido una situación de ese tipo, de hecho varias y muy seguidas. Por no hablar de que la humanidad y el mundo se habían visto abocados al desastre. El problema de la situación que le había tocado vivir sola, desgraciadamente era fundamentalmente que se encontraba sostenida en el tiempo. Perduraría no se sabe por cuanto, quizá para siempre.
Calíope llevaba días viviendo un infierno personal. Su moral se encontraba completamente hundida después de las últimas noticias, sus remordimientos la atenazaban y le impedían pensar con claridad y mucho menos tomar decisiones trascendentes, las cuales se le antojaban vitales, por lo menos si quería seguir sobreviviendo en la situación en la que se encontraba. No tenía fuerzas ni siquiera para seguir llorando a los suyos o para compadecerse de si misma y de la desesperada situación en la que se hallaba. El cansancio mental y la presión a la que se veía sometida comenzaban a hacer mella en su salud física. Creía tener alucinaciones, oír cosas que no sucedían, poco a poco estaba perdiendo la cordura.
Cuando una persona decide estar sola y consigue esa ansiada soledad se llega a un momento de calma, de paz interior. Se está tranquilo con uno mismo, sin embargo si una persona se ve forzada a la soledad corre el riesgo de dejar de serlo. La humanidad de Calíope se encontraba reducida a jirones de lo que una vez había sido. Antes de que el incidente comenzara ella era una chica normal, como todas las demás, con alguna particularidad pero básicamente podríamos definirla como divertida y extrovertida, disfrutaba de sus amigos y de su familia cuando lograba reunirla de vez en cuando. Sin embargo ahora que se le había privado forzosamente de ese contacto con el resto de las personas, estaba empezando a deshumanizarse.
Toda su vida, sus planes de futuro, sus anhelos, sus ilusiones, de la noche a la mañana se habían reducido a cenizas, cenizas que se le escapaban de las manos... sobretodo cuanto más tiempo permaneciera en su casa, ahora tristemente vacía. Ella sabía que tenía que hacer algo, sabía que tenía que reaccionar, tenía que salir de allí, pero ¿a dónde iría?, ¿qué haría?
Hacía muchos días que las horas pasaban largas, se volvían eternas, convirtiéndose en una tortura para su mente y su capacidad de raciocinio: recuerdos, sentimientos, emociones, ...
Es curioso lo relativo que puede llegar a ser el tiempo. Más aún si nos fijamos en situaciones extremas, cuando estamos sumidos en una depresión o padecemos alguna enfermedad grave y estamos recuperándonos, no pasan las horas ni mucho menos los días. En cambio cuando estamos disfrutando de nuestro cumpleaños, o de alguna actividad que nos apasiona, el tiempo pasa en seguida, casi sin darnos cuenta. Ella hacía tiempo que había dejado de contar los días, ahora bien cada hora que superaba era una victoria, efímera pero una victoria al fin y al cabo.
Desde que esa noche la oscuridad cayó sobre su urbanización venía oyendo ese ruido. Era un ruido extraño, débil, próximo, como de madera contra madera, la lluvia lo atenuaba y enmascaraba, pero desde la bañera del baño del primer piso podía oírlo de vez en cuando con toda claridad. Parecía el ruido de los perros cuando escarban en la tierra, con la salvedad de la abrasión contra la madera. Se levantó con la intención de averiguar la fuente de donde provenía ese ruido. Estaba más o menos tranquila ya que tenía casi la completa certeza de que era la única que seguía en la urbanización. Así que se puso su chandal de estar por casa, salió de la bañera y se dirigió escaleras abajo. El ruido se hizo intermitente aunque sólo le bastó poner un pie en la planta baja para saber de donde provenía. Se acercó con todo el sigilo del que fue capaz a la puerta principal. El ruido venía del otro lado. Era como una lima, como si algo quisiera difuminar la puerta con un palo de madera. Ya no sabía si eran imaginaciones suyas, si era la lluvia o si verdaderamente estaba oyendo ese sonido. Entre dientes maldijo a su padre por instalar aquel portero electrónico tan caro y no colocar una mirilla en la puerta como Dios manda. Decía que era por estética, que la puerta era mucho más bonita sin mirilla. Tenía que tomar una decisión, quizá fuera alguien de su familia que había conseguido volver a la casa, y necesitaba ayuda, tenía que ayudarle. Así que, decidida abrió la puerta de par en par.
Para bien o para mal la hora de Calíope había llegado...
2 comentarios:
Cierto cierto!! Por fin ha llegado el momento de que alguien se encuentre cara a cara con "ellos" en presente. Parece que cuando uno habla del pasado se vuelve menos real y menos emocionante.
Vamos Calíope, enfréntate a lo que hay tras la puerta y quizás sino te sale bien, tengamos al primer no muerto que nos cuenta su historia.
Oye, falta un acento, en el último párrafo, novena línea: se acercó con todo el sigilo...
También pondría alguna coma más, pero es hilar muy fino, a pesar de eso, la narrativa no está mal, siento ser tan crítica en este comentario, me gusta que dejes con la intriga... me alegro de que sean entradas antiguas y tenga la continuación lista para ser leída :P
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