Megades

miércoles, 14 de octubre de 2009


Conforme iba entrando en la farmacia una sensación de que algo no iba bien la embargó por completo. No sabía decir a ciencia cierta qué era lo que la escamaba pero estaba ahí, era palpable. Hacía tiempo que su intuición femenina se había agudizado, era extraño y hasta algo que escapaba a toda lógica pero venía sucediendo de un tiempo a esta parte. Esa especie de sexto sentido la empujaba a avanzar, la empujaba hacia dentro de la farmacia.

Era imposible no hacer ruido con tanto cristal esparcido por el suelo pero se concentró en hacer el mínimo posible. Necesitaba ciertas cosas que seguro encontraría allí. Se deslizó tras el mostrador y comenzó a inspeccionar los estantes medio vacíos. Sin duda las mejores medicinas se encontraban en la trastienda. Hacia allí se encaminó con paso decidido cuando inesperadamente oyó algo golpear el suelo con fuerza, el sonido provenía de su derecha, apenas dos metros de distancia. Instintivamente se lanzó hacia la izquierda, apuntó a la dirección de la que provenía el ruido y se preparó a disparar. Fue casi instantáneo, la enorme rata que acababa de saltar de un taburete se escabulló entre las cajas que había esparcidas por todo el suelo. El tiempo apremiaba, recolectó todo lo que pudo que sabía le podría ser de utilidad: vendas, analgésicos, casi toda la familia de medicamentos acabados en -ina, material quirúrgico menor, inyecciones, diversas cremas, betadine,... con todo consiguió un botiquín de campaña del que cualquier médico podría estar orgulloso en cualquier conflicto armado.

Cuando terminaba de guardar unos profilácticos se dio cuenta de que alguien acababa de entrar en la farmacia. Era una pareja, los dos infectados, no es que fueran juntos, pero ¿cómo coño sabían que estaba allí dentro? Aparecieron de improviso, los dos harapientos, los dos ensangrentados, los dos hambrientos. Abrieron sus fauces y se lanzaron a perseguir a su presa. En ese instante Calíope se dio cuenta de cuán distintos eran como personas, y de cuán iguales eran una vez la infección tomaba el control.

Repentinamente tuvo la sensación como si el tiempo se hubiera ralentizado, durante unas milésimas de segundo se hizo el silencio, no oía el calzado de ellos aplastando los cristales de la entrada mientras se abalanzaban sobre el mostrador, no oía su respiración acelerada y entrecortada, no oía como se giraba y se apoyaba contra una estantería suspirando para coger fuerzas con las que usar la escopeta, pero sí que oyó los latidos de su corazón, uno, dos, ...

La onda expansiva arrolló todo lo que encontró en la avenida, fue como una implosión, absorbiendo parte de todo lo que había a su alrededor y después proyectándolo muy lejos del epicentro. Al instante un fuego químico se hizo cargo del resto. Esa onda catapultó a los infectados hacia el interior de la farmacia y los empotró salvajemente contra el mostrador. Los cristales volaron, el metal se retorció, la metralla hizo mella en todas partes, nada escapó a la tremenda explosión. El fuego llegó a entrar en la farmacia aunque no recorrió muchos metros. La lluvia de medicamentos parecía no tener fin… Las estanterías y la pared de la trastienda amortiguaron el efecto de la onda expansiva, aunque estuvo a punto de caérsele toda la estantería encima aguantó. El camión cisterna en el que se había fijado hacía unos minutos detenidamente no presentaba ninguna fuga, no habían charcos de gasolina ni de ningún tipo, ¿cómo coño había explotado?

En aquel momento de confusión sólo tenía una cosa en mente: Huir. Mientras buscaba una salida en la trastienda de la farmacia se preguntaba qué superviviente habría hecho volar por los aires ese maldito camión cisterna, y por qué lo habría hecho. Ensimismada en sus pensamientos y ensordecida por la explosión permaneció ajena a los dos zombies que comenzaban a levantarse de nuevo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Correeeee, sal de ahí!!!