Calma

viernes, 13 de noviembre de 2009


Había perdido la noción de cuánto tiempo llevaba allí sentada. La luz seguía siendo muy débil, rojiza, en la lejanía alumbraba las siluetas fantasmagóricas de un largo pasillo.

Se levantó. Comenzó a caminar, arrastraba la mochila al andar mientras mantenía la escopeta apoyada en su hombro derecho. No había luz en la casa salvo aquella al fondo del pasillo. Aunque tampoco era algo que le importara demasiado. A su paso iba dejando habitaciones tras sí. Contó cuatro, todas a su izquierda. Había algún cuadro pero no se detuvo, sus ojos llorosos sólo seguían el débil resplandor rojo. El pasillo terminó en una especie de comedor doble. Eran dos estancias en una. Una zona con sofá y sillones, con el omnipresente televisor, y otra que ejercía de comedor con su mesa grande y con sus seis sillas alrededor. En el medio de la mesa pudo ver sobre una bandeja metálica un cirio rojo, al cual no le quedaba mucha más luz que ofrecer. Dejó la mochila en el suelo apoyada contra una pata de la mesa y cogió el cirio respetuosamente. Sin duda la persona que lo encendió seguía las tradiciones cristianas y honraba a sus difuntos en la festividad de Todos los Santos.

Con esa pequeña iluminación volvió al recibidor, donde se había quedado sentada apartando la vista del interior de cada habitación. Comprobó la puerta y vio que tenía varios pestillos. Los corrió todos. Al darse la vuelta para continuar con su exploración se sobresaltó al comprobar su deplorable aspecto en el espejo que había en el recibidor. Casi no se reconocía. Estaba llena de polvo y de suciedad. Grandes surcos limpios le recorrían las mejillas justo debajo de los ojos. Tenía algunos rasguños y el pelo enmarañado. El chandal se encontraba roto y tiznado por varias partes. Buscó en los cajones del mueble que había debajo del espejo y encontró una pequeña linterna. Ansiosa, presionó el botón y la linterna se encendió.

Llevó de nuevo la vela al lugar que le correspondía y retornó rápidamente a la habitación del principio. La puerta estaba entornada. La abrió con cautela y comprobó que era una habitación grande y espaciosa de matrimonio. Dos cómodas una a cada lado de la cama custodiarían las cosas más preciadas de los dueños, mientras que el doble armario que cruzaba por completo la pared más alejada de la puerta albergaría su ropa. En la cama yacía apaciblemente un anciano de unos ochenta años aproximadamente. Calíope se acercó. Por su rictus llevaría muerto unas veinticuatro horas, no muchas más. Seguramente murió durmiendo y se le había dibujado una última sonrisa en su rostro. Ella pensó que era la mejor forma de abandonar el mundo en la actual situación. Durmiendo y soñando con algo que te hiciera sonreír. Cubrió con la sábana y la manta lo poco que quedaba al descubierto de ese hombre y con pasos cortos y silenciosos, abandonó respetuosamente esa habitación. Cerró la puerta y se dirigió a la siguiente. La primera que pertenecía al pasillo.

Esa puerta estaba abierta. No se entretuvo mucho tiempo en ella. Había una mecedora, un armario, una máquina de coser, y una mesa con ropa, tejidos y carretes de hilos. Continuó su particular búsqueda y lo siguiente que encontró fue un baño. Un baño pequeño, con lavabo, espejo, un mueble pequeño debajo del lavabo y un inodoro. No había ducha ni bañera. Entró en él y comprobó si había agua corriente. Cuál no fue su sorpresa al ver el agua cristalina salir del grifo, probó un poco y descubrió que era potable. Cogió una toalla de mano y poniéndosela al hombro salió del baño a explorar la siguiente habitación.

Acababa de encontrar la cocina. No olía excesivamente mal así que supuso que si encontraba algún alimento no debería estar en mal estado. Ojeó los estantes y la mesa camilla para ver si había algo interesante de un primer vistazo y no vio mucho. Abrió la nevera y estaba fresca pero no fría. Debía estar apagada desde hacía tiempo. Habían un par de latas abiertas, algún que otro fiambre que se aguantaba como podía y varios tetrabriks de zumo, leche y vino. Cerró la puerta de la nevera y vio algo que le llamó más la atención. Al fondo de la cocina había una pequeña galería cuya ventana daba al patio de luces que había visto desde el pasillo del edificio. Tenía un calentador justo encima de la lavadora. Vio los conductos casi instantáneamente y buscó en las puertas bajas del mueble de la cocina. Finalmente encontró una bombona de butano. La agitó y tenía gas. Quizá pudiera darse un capricho antes de irse a la cama.

Continuó con su registro, la cocina desembocaba en el comedor. Ahora con la linterna pudo ver las fotos de la pareja de ancianos tiempo atrás. Fotos de sus hijos casándose, o en comuniones y demás celebraciones. Sin embargo fue la que halló al lado de la bandeja la que la conmovió realmente. Era una foto de la mujer de aquel anciano que debió tomarse mucho tiempo atrás. Se mostraba joven y sonriente a la cámara que la retrató, de fondo aparecían unos jardines y ella parecía que estaba corriendo y giró el rostro para el retrato con su melena castaña al viento. Era guapa, pero lo que más llamó la atención de Calíope fue que irradiaba felicidad. La felicidad que sólo te puede conceder el saberte con la persona a la que amas y que ese amor te es correspondido. Calíope aflojó la linterna y se tuvo que apoyar con las dos manos sobre la mesa. Dolía tanto ...

Poco a poco como pudo regresó a su tarea. Al fondo del comedor había una puerta. Esta daba a otra habitación con una cama sencilla que se comunicaba mediante una ventana con la cocina. Al lado de esta habitación se encontraba el baño principal, este sí con bañera y bastante más amplio que el otro. Sólo restaba el balcón que se encontraba al otro lado del comedor, con las cortinas echadas y las persianas bajadas, no consideró que hubiera que llamar la atención abriéndolo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa casa... me resulta familiar...
Una afición por una ducha antes de dormir... que se te ve el plumero!