Helgedad

miércoles, 4 de noviembre de 2009


Ya tenía claro que no le daría tiempo a llegar antes de que la noche se cerrará sobre ella y la ciudad. Debía encontrar un refugio para pasar la noche lo antes posible y si encontrara algo de comida mucho mejor. Estaba en un barrio periférico, cruzando una de las arterias de entrada al centro de la ciudad cuando volvió a ver algo que la sobresaltó. Las otras veces no le había dado importancia pero ahora era distinto.

Esa figura que acababa de ver de refilón llevaba una especie de jubón carmesí con una capucha que le ocultaba el rostro por completo. No era la primera vez que había visto uno de esos. En uno de los edificios que dejó a un lado de la carretera poco después de dejar la urbanización ya creía haber divisado uno. En aquel momento creyó que eran alucinaciones y no le dio mayor importancia. Sin embargo, cuando abandonó el callejón de detrás de la farmacia, vio una sombra granate ocultarse tras una esquina próxima a un supermercado. Y ahora lo había visto, no era un infectado, era otra cosa, ¿pero el qué? Y ¿por qué parecía que la estaban siguiendo? Sin duda eran humanos, o por lo menos las figuras se asemejaban. No poseían ningún rasgo característico ya que todo quedaba oculto tras sus atuendos. Capa o jubón poco importaba, eran oscuras y tenían siempre distintas tonalidades. Todo era muy extraño, a cada paso que daba en la ciudad surgían más preguntas y muy pocas respuestas.

No podía demorarlo más. Giró bruscamente a la izquierda y entró en la primera calle que se le ocurrió. Era un barrio humilde de edificios viejos de protección estatal. Para dormir daría igual. Seleccionó un patio de un edificio que parecía desierto y aparcó la moto en la puerta preparada para salir a toda velocidad. No dejó las llaves puestas pero tampoco bloqueó la rueda delantera. Había que buscar el equilibrio entre seguridad y rapidez en caso de escapar. El patio disponía de una puerta con reja de madera con cristales pequeños y cuadrados, y de un ventanal al lado. Miró los timbres y vio que tenía doce puertas. Bueno, el siete siempre ha sido número de buena suerte, no? -pensó. Envolvió la escopeta con su chaqueta del chandal y rompió lo más silenciosamente que pudo con la culata el cristal que le dio acceso al pestillo de la puerta.

El interior estaba oscuro, tuvo que esperar a que sus ojos claros se acostumbraran a la oscuridad. Apretó el interruptor de la luz pero no sucedió nada. Tendría que haber buscado refugio antes, ahora se la tendría que jugar a oscuras. Comenzó a internarse en el patio despacio, procurando no hacer ruido, escuchando sin cesar todo lo que podía aguardarla. No oía más que el latido de su corazón y su nerviosa respiración. La finca no disponía de ascensor, así que empezó a subir por las escaleras. Llegó al primer piso y algo de luz entraba todavía por las ventanas que daban a los patios de luces. Cuatro puertas. Tendría que subir al segundo piso. Todavía no había escuchado ningún ruido peligroso, no obstante no podía fiarse. Con bastante demora llegó delante de la séptima puerta.

Abrió la ventana que daba al patio de luces de ese lado del edificio y observó con detenimiento las ventanas de la vivienda séptima. Sin señales de vida en el interior. Vio justo donde estaba la fachada de la cocina de su objetivo que debajo había una cubierta de uralita la cual cubría algunos electrodomésticos de la vivienda de abajo. Ahora tenía otro problema, ¿cómo entrar sin llamar la atención? ¿Y por qué coño se le ocurrió elegir una vivienda del segundo piso? Cualquier vivienda del primer piso sería mucho más fácil de allanar y en caso de emergencia de abandonar rápidamente. Comprobó sin la menor esperanza si la puerta estaba abierta, sólo por si acaso, cuál no fue su sorpresa al ver que la puerta se abrió sin oponer resistencia.

Tenía que ser la siete la que estuviera abierta. El número de Tina.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Biennn!! los Vulturis han hecho acto de presencia!! jaja
Y quién leches es Tina??? no informas a tus lectores...