Señales

martes, 27 de octubre de 2009


Entró por la puerta ya que esta estaba abierta y no vio a nadie en la exposición. Había sangre en el parqué en distintas localizaciones y un reguero como si hubieran arrastrado algo a otras dependencias que se accedían tras una doble puerta de roble. No le importaba lo más mínimo. Lo que venía a buscar se encontraba allí. La BMW R 1200 GS Adventure era algo más que una moto. Siempre le habían gustado las motos, y la edición de este año en color rojo magma con las maletas enduro, las defensas y todos los extras era una preciosidad. Y allí estaba la suya. Lista y preparada para que se la llevara alguien. Cogió un mono off-road de los que habían por la exposición, un casco de su talla y guardó la mochila en una de las maletas. Se acercó al área de los comerciales donde sin duda estarían las llaves, no le costó mucho encontrarlas, se encontraban en un cajetín al lado de la mesa del director comercial.

Estaba pensando en el tema del combustible, los vehículos de exposición no tenían mucha gasolina, pensó cuando un ruido la sacó de sus pensamientos. Provenía del otro lado de las puertas de roble. Era una especie de jadeo nervioso. Súbitamente lo que hubiera al otro lado de la puerta comenzó a golpearla furiosamente. La puerta temblaba, pasaron unos segundos eternos y tan de repente como empezaron, los golpes cesaron. Calíope arrancó la moto y comprobó que estaba en reserva, tendría que ir a la gasolinera más cercana o su nueva aventura mecanizada terminaría pronto. En ese momento los golpes se recrudecieron. Tardaban más que antes en repetirse, era como si lo que estaba al otro lado tomara carrerilla para golpear la puerta. Calíope observaba la puerta con detenimiento, una, dos, tres embestidas, la puerta empezaba a resentirse de las embestidas del animal que estaba al otro lado. Sin esperarse al desenlace engranó primera y salió del concesionario atravesando los cristales del escaparate y poniendo rumbo a la gasolinera más cercana.

Otra de las ventajas de lo sucedido era que no había mucho tráfico. Todos los vehículos que habían en las calles estaban parados así que no era muy difícil sortearlos. La primera calle a la izquierda, de nuevo en la avenida principal, trescientos metros después cogió la segunda a la derecha, desembocó en una avenida transversal, dos cientos metros más y la ansiada gasolinera. No era lo mismo que conducir cualquiera de las motos que había llevado anteriormente pero tampoco se iba a quejar. Además conducir esa moto le daba una falsa sensación de superioridad cuando descargaba el peso hacia los costados en las curvas. Pesaba bastante aunque era muy ágil y cómoda. Imaginaba que su autonomía sería respetable con los treinta y tres litros que le cabían en el depósito.

Comenzó a llenar el depósito mientras vigilaba los alrededores para evitar sorpresas. De un restaurante cercano salieron cuatro de ellos, se les veía lentos y caminando renqueantes comenzaron a acercarse a la gasolinera. Vamos! Pensó Calíope, no le gustaba en absoluto la idea de disparar en medio del repostaje y mucho menos una escopeta. Quince litros y subiendo. Los zombis continuaban acercándose con paso tambaleante. Veinte litros, ya casi estaba, le hubiera gustado llenar una lata de emergencia y guardarla en otra maleta, pero no había tiempo. Terminó de repostar cuando los zombies ya estaban pisando la zona de la gasolinera, arrancó el motor y chirriando rueda pasó a escasos metros de los zombies que se quedaron como decepcionados de que su presa escapara a una velocidad para ellos del todo inalcanzable.

Conocía la avenida principal por la que iba, sabía que pasaría por un hospital. No era en el que trabajaba ella ni su madre, pero le serviría quizás para hacerse una idea de cómo estaría "el suyo". Aminoró la marcha justo cuando pasó por la enorme fachada y lo que vio la dejó helada.

Todo el hospital se encontraba cubierto con una gran lona negra. Habían remiendos y rotos por muchas partes, pero la estructura se mantenía. Habían símbolos en blanco de peligro biológico por toda la lona. El olor a muerte era patente hasta en el medio de la calle. Lo que más la descorazonó fueron los mensajes que leyó: "TODOS MUERTOS, NO ENTRAR." Rezaban los carteles de madera que habían clavado en todos los accesos en distintos puntos del perímetro. Creyó divisar movimiento dentro de la lona, en distintos puntos, por eso abrió gas. Tenía un presentimiento, nada bueno la aguardaba allí dentro. Sin demorarse más tiempo incrementó el ritmo. La avenida se ensanchó dando paso a una rotonda, giró a la izquierda sorteando un par de berlinas alemanas, tenían las puertas abiertas de par en par y habían fajos de billetes desperdigados por todo el asfalto. Sin duda debieron ser sacados a la fuerza de los coches, pobres diputados o ricos o lo que hubieran sido. De nada les sirvió su dinero en esa situación. Avanzó por la carretera rumbo a un puente que conectaba con la otra parte de la ciudad, se estaba acercando a su destino.

Dejó a su derecha el nuevo zoológico no sin sorprenderse pensando qué habría pasado con los animales del zoo. Sin posibilidad de escapar si sus cuidadores no les hubieran abierto las jaulas. Repentinamente una avestruz se cruzó en su camino. Giró bruscamente el manillar de la moto para esquivarla, la avestruz tuvo suerte y esquivó a su vez para el lado contrario. Consiguió hacerse con el control de la moto antes de impactar con el bordillo y continuó la marcha no sin una sonrisa en los labios por lo irónico de la situación que acababa de vivir.

Antes de cruzar el puente a su izquierda estaba el emplazamiento de un centro comercial, no era como los más grandes que rodeaban la ciudad, pero podría encontrar algo que le pudiera servir. Se desvió y entró por uno de los accesos laterales, en seguida se dio cuenta de lo que sucedía. Más de un centenar de ellos se agolpaban a las puertas cerradas de acceso al interior. En las fachadas superiores habían pintadas de socorro, y de hay gente viva aquí dentro. No consiguió divisar a ningún superviviente. Pasó por la misma puerta, un poco alejada de la turba de zombies que se agolpaban contra ella. Tomó nota mental de que quizá pudiera quedar alguien con vida allí y salió derrapando con rumbo a su destino.

Comenzaba a anochecer y la soledad iba pesando.

Mientras se alejaba, ella no pudo percibir como alguien desde una posición privilegiada había escrutado todos sus movimientos alrededor del centro comercial y su posterior huida.

Cáncer

lunes, 19 de octubre de 2009


Una vez estuvo saliendo con un tipo que vivía por esa zona así que la conocía bien. Otras veces que había salido con sus amigas o que había ido al centro a comprar alguna tontería con su hermano había pasado también por la puerta del concesionario. Sabía en qué esquina estaba y confiaba en que aún quedara algo que le sirviera para poder desplazarse por la ciudad. No estaba muy lejos así que emprendió la marcha sin más dilación, comenzó a correr al trote, parándose en las esquinas, observando antes de salir a campo abierto, no quería tener ninguna sorpresa más si podía evitarlas.

A lo lejos vio como un enjambre de zombies bastante lento avanzaba por la avenida por donde ella había ido no hacía ni media hora directos al lugar de la explosión. Bien, por lo menos la explosión había llamado su atención. Las calles por las que iba aparecían desiertas, y aún a plena luz del día esa parte de la ciudad contaba con un aspecto lúgubre y abandonado. Pronto llegó al parque cercano al concesionario.

No se había cruzado con ningún humano durante el camino, y al principio se ilusionó de ver a esos tres críos jugando en los columpios. Se agachó y se detuvo por prudencia en el linde del parque en la típica valla bajita de color verde que los delimita. Los observó con detenimiento antes de hacer un movimiento en falso.

Ellos parecían absortos en sus juegos, estaban los tres alrededor de algo con lo que jugaban en el foso de arena cuando uno de ellos se irguió de repente. Olisqueó el aire y giró bruscamente la cabeza hacia la posición de Calíope. Ella mientras contenía la respiración dio un respingo. Tendría que haberlos divisado desde más lejos. No debería haberse acercado tanto. Lo que parecía una bonita estampa de tres niños alegres jugando distraídos era en realidad un trío de niños infectados. Por si fuera poco, estaban jugando con una rata de enormes proporciones. Dejaron a un lado lo que quedaba de rata y comenzaron a moverse hacia donde se encontraba agazapada. Ya la habían olfateado los tres así que no quedaban muchas alternativas. Echó a correr hacia el concesionario que estaba cruzando la calle en la esquina más alejada. Fue en línea recta dando por sentado que no pasaría ningún coche por la calle, mientras tanto, los niños infectados iniciaron la carrera detrás de ella.

En otro momento de su vida no le hubiera importado lo más mínimo jugar con ellos, de hecho lo hacía a menudo cuando le tocaba turno en oncología infantil. Pensaba que aliviar en lo posible su situación y hacerles olvidar el cáncer por un momento era la mejor terapia que podía ofrecerles. Casi instantáneamente se paró. Sus ojos se llenaron de amargas lágrimas. Se giró y en rápida sucesión disparó tres veces. Los tres cadáveres cayeron como si fueran fardos en la calle. Ahora descansarían en paz, lo único que esperaba es que ningún otro infectado respondiera a los disparos y acudiera inmediatamente a ver si había sangre fresca. Se marcó un buen sprint para salvar los metros que la separaban de su objetivo, por fin había llegado al concesionario.

Dieciséis

viernes, 16 de octubre de 2009


Justo a la derecha había un cuarto de limpieza con una puerta al fondo que parecía ser la salida. Su plan inicial era haber salido por la misma puerta de la farmacia por la que había entrado aunque claro, ahora se veía en la obligación de improvisar. Alcanzó la puerta, quitó la barra que la atrancaba y la empujó hacia fuera. Un callejón estrecho la aguardaba.

Conforme atravesó el umbral y trató de cerrarla tras de sí cuatro brazos aparecieron de la nada, estaban allí, justo detrás de ella, y ahora impedían que pudiera cerrar la puerta. Era demasiado tarde para ello. Estaba medio desequilibrada, casi cayéndose, no los había oído, el pitido en los oídos seguía siendo persistente. Apoyó su pierna izquierda en la puerta y se impulsó para darles con ella y además conseguir unos metros de ventaja. Saltó un par de metros hacia atrás, apuntó la escopeta y disparó al bulto sin dudarlo. La lluvia de proyectiles impactó en el grueso de los dos zombies. La mujer algo más bajita que el hombre, a parte de las quemaduras y la metralla se debía haber partido varios huesos importantes contra el mostrador: el brazo derecho le colgaba a un nivel más bajo que la clavícula, arrastraba un pie sin al parecer importarle lo más mínimo y las dos manos se encontraban formando ángulos imposibles. Se desplomó con el primer disparo ya que muchos de los proyectiles le impactaron en la cabeza. El zombie masculino que no se encontraba tan dañado como su contrapartida en cambio corrió hacia Calíope saboreando ya su presa. Ella no le dio ninguna oportunidad, subió un poco el ángulo de la escopeta y volvió a disparar. Esta vez no falló y la cabeza del desgraciado salpicó de rojo los cubos de basura del callejón.

Cerró la puerta que daba al callejón y la atrancó desde fuera con la barra que sacó de dentro. Era la hora del control de daños. Ella estaba relativamente bien, la explosión había sido muy potente y a pesar de su proximidad había salido bastante bien parada. No tenía rasguños ni heridas de la persecución. Tan solo ese pitido incesante que atenuó bastante el ruido de la escopeta cuando la disparó.

Se palpó los oídos y descubrió que había sangrado por uno de ellos. Sacó unas gasas y se limpió cuidadosamente. Con el material que disponía no podía hacer mucho más, sólo esperaba recuperar con el paso de las horas toda su capacidad auditiva o al menos la gran mayoría. No podía imaginarse un escenario más peligroso que en el que se había convertido el mundo para una persona sorda. Tenía que dejar esas ensoñaciones para más tarde, las criaturas que la habían perseguido hasta hacía unos segundos yacían inertes a su alrededor. Las examinó más detenidamente. Estaban muy magulladas, golpeadas, chamuscadas, parecían dos muñecos dummy después de un ensayo. Tenían multitud de huesos rotos, sangraban por algunas partes y por otras nada. Sin duda lo único que había conseguido acabar con ellos era la destrucción de parte de su cabeza cuando no la de toda. La zombie hembra había perdido media cara y con ella parte del cráneo y de masa encefálica, eso había bastado. El zombie macho perdió la cabeza por completo (no como la solían perder los hombres por ella tiempo atrás), eso también funcionaba. Tomó nota mental de todo y decidió continuar.

Recargó los dos cartuchos que había disparado. La explosión podría atraer a más de esos seres desde donde estuvieran y había que estar preparada. Se tendría que haber escuchado en la mayor parte de la ciudad así que no había tiempo que perder. La avenida principal por la que había llegado ya no iba a ser segura, lo mejor era que se desviara de su ruta inicial y ya sabía hacia dónde se iba a dirigir.

Megades

miércoles, 14 de octubre de 2009


Conforme iba entrando en la farmacia una sensación de que algo no iba bien la embargó por completo. No sabía decir a ciencia cierta qué era lo que la escamaba pero estaba ahí, era palpable. Hacía tiempo que su intuición femenina se había agudizado, era extraño y hasta algo que escapaba a toda lógica pero venía sucediendo de un tiempo a esta parte. Esa especie de sexto sentido la empujaba a avanzar, la empujaba hacia dentro de la farmacia.

Era imposible no hacer ruido con tanto cristal esparcido por el suelo pero se concentró en hacer el mínimo posible. Necesitaba ciertas cosas que seguro encontraría allí. Se deslizó tras el mostrador y comenzó a inspeccionar los estantes medio vacíos. Sin duda las mejores medicinas se encontraban en la trastienda. Hacia allí se encaminó con paso decidido cuando inesperadamente oyó algo golpear el suelo con fuerza, el sonido provenía de su derecha, apenas dos metros de distancia. Instintivamente se lanzó hacia la izquierda, apuntó a la dirección de la que provenía el ruido y se preparó a disparar. Fue casi instantáneo, la enorme rata que acababa de saltar de un taburete se escabulló entre las cajas que había esparcidas por todo el suelo. El tiempo apremiaba, recolectó todo lo que pudo que sabía le podría ser de utilidad: vendas, analgésicos, casi toda la familia de medicamentos acabados en -ina, material quirúrgico menor, inyecciones, diversas cremas, betadine,... con todo consiguió un botiquín de campaña del que cualquier médico podría estar orgulloso en cualquier conflicto armado.

Cuando terminaba de guardar unos profilácticos se dio cuenta de que alguien acababa de entrar en la farmacia. Era una pareja, los dos infectados, no es que fueran juntos, pero ¿cómo coño sabían que estaba allí dentro? Aparecieron de improviso, los dos harapientos, los dos ensangrentados, los dos hambrientos. Abrieron sus fauces y se lanzaron a perseguir a su presa. En ese instante Calíope se dio cuenta de cuán distintos eran como personas, y de cuán iguales eran una vez la infección tomaba el control.

Repentinamente tuvo la sensación como si el tiempo se hubiera ralentizado, durante unas milésimas de segundo se hizo el silencio, no oía el calzado de ellos aplastando los cristales de la entrada mientras se abalanzaban sobre el mostrador, no oía su respiración acelerada y entrecortada, no oía como se giraba y se apoyaba contra una estantería suspirando para coger fuerzas con las que usar la escopeta, pero sí que oyó los latidos de su corazón, uno, dos, ...

La onda expansiva arrolló todo lo que encontró en la avenida, fue como una implosión, absorbiendo parte de todo lo que había a su alrededor y después proyectándolo muy lejos del epicentro. Al instante un fuego químico se hizo cargo del resto. Esa onda catapultó a los infectados hacia el interior de la farmacia y los empotró salvajemente contra el mostrador. Los cristales volaron, el metal se retorció, la metralla hizo mella en todas partes, nada escapó a la tremenda explosión. El fuego llegó a entrar en la farmacia aunque no recorrió muchos metros. La lluvia de medicamentos parecía no tener fin… Las estanterías y la pared de la trastienda amortiguaron el efecto de la onda expansiva, aunque estuvo a punto de caérsele toda la estantería encima aguantó. El camión cisterna en el que se había fijado hacía unos minutos detenidamente no presentaba ninguna fuga, no habían charcos de gasolina ni de ningún tipo, ¿cómo coño había explotado?

En aquel momento de confusión sólo tenía una cosa en mente: Huir. Mientras buscaba una salida en la trastienda de la farmacia se preguntaba qué superviviente habría hecho volar por los aires ese maldito camión cisterna, y por qué lo habría hecho. Ensimismada en sus pensamientos y ensordecida por la explosión permaneció ajena a los dos zombies que comenzaban a levantarse de nuevo.

Llegada

domingo, 11 de octubre de 2009


Tap, tap, tap, sonaban sus pisadas solitarias contra el asfalto. Atrás, en el lado derecho de la carretera acababa de dejar otra urbanización, al contrario que la suya esta era de edificios altos y repletos de personas o de cadáveres o de infectados ya no sé podía saber a estas alturas. A su izquierda y por debajo del nivel de la vía se alzaba un pequeño centro comercial: un gimnasio, un par de restaurantes de comida rápida, una tienda cara de juguetes, un supermercado y el fastuoso concesionario de coches de una marca japonesa venida a menos, claro como si eso le importara ahora. Ni rastro de vida humana. Sí que veía a lo lejos a alguno de esos seres deambulando sin rumbo aparente por los parkings del centro comercial, pero ellos desde tanta distancia no repararon en ella.

Continuó corriendo hasta que encaró la bajada de la carretera, la cual terminaba por fin en el principio de la ciudad. Llegó a lo que tuvo que ser el puesto de mando de la evacuación por esa salida de la ciudad. Habían varios vehículos militares formando una especie de embudo por el que se suponía que debería haber pasado la gente, ordenadamente, sin prisas pero sin pausas. Varios de ellos se encontraban volcados, y otros incendiados. Sin duda el caos también pasó por aquí. Era curioso porque no había rastro de aquellos seres tampoco, era como si se hubieran marchado a otra parte seguramente a buscar alimento donde todavía no se hubiera acabado. Ese pensamiento le hizo recordar que tenía hambre, que estaba cansada, y que la ciudad sería un sitio mucho más peligroso que cualquier otro por la alta concentración de personas que vivían allí. Tenía que ir con pies de plomo, evitar ser vista, oída, olfateada, o cómo sea que ellos te detectaran. Más aún sin perder la perspectiva tenía que ser pragmática, era buena pensando rápido y su capacidad de análisis también rayaba a un buen nivel, eso la ayudaría sin duda, pero tenía que tener clara una cosa por encima de cualquier otra, no podía permitirse cometer ningún error, no podía caer en una emboscada o en algún sitio del que no hubiera salida o fuera una trampa. Tenía que extremar las precauciones si quería sobrevivir.

Una vez sorteado el punto de control había una gran rotonda con una fuente. En otra ocasión se hubiera refrescado, incluso puede que se hubiera dado un baño, pero el agua roja, estancada, no invitaba a hacer nada que no fuera salir de allí corriendo. Continuó por una avenida principal que si la seguía la llevaría directamente al centro de la ciudad, ya no corría, ahora sólo se desplazaba entre los árboles, quedándose quieta de vez en cuando observando cualquier movimiento a su alrededor, tratando de oír alguna amenaza.

La única cosa positiva que se le ocurría de todo lo que había sucedido era que el mundo se había transformado de la noche a la mañana en un hipermercado monstruoso donde podías coger lo que te diera la gana. Había recogido hacía unos quinientos metros del cadáver inerte de un soldado mutilado una mochila de campaña, de las del ejército, llevaba algunas raciones lo cual era una buena noticia. Se deshizo de todo lo que no necesitaba y ocupaba un espacio valioso, arrojándolo en un arbusto. Había avanzado bastante cuando vio uno de los letreros que andaba buscando. La cruz verde fluorescente. Se encontraba delante de la primera farmacia que había visto desde que entró en la ciudad. Las puertas automáticas de cristal yacían esparcidas por el hall de la farmacia hechas añicos. Hace tiempo alguien debió lanzar una papelera metálica contra ellas para poder entrar. Albergaba la esperanza de que no la hubieran saqueado del todo y pudiera encontrar algunas cosas que necesitaba, empuñó la escopeta con las dos manos y se dispuso a entrar.

Había llegado la hora de ir de compras.

Asfalto

jueves, 8 de octubre de 2009


Determinación, coraje, esperanza, a Calíope le encantaba ensimismarse en sus pensamientos cuando entrenaba. Ahora no estaba entrenando sin embargo se preguntaba si quizá no fuera una adicta a las emociones o una masoquista emocional. No obstante mientras corría por la carretera con rumbo fijo a la ciudad era imposible no pensar en esos tres sentimientos.

Determinación de tener un destino, de tener un camino y unos objetivos. Iba a sobrevivir, pasara lo que pasase, porque para rendirse se hubiera quedado en su casa, con su hermano. Iba a averiguar qué les había pasado a sus padres. Iba a encontrar a algo o a alguien que le diera respuestas, o un sitio donde poder vivir, o la cura de todo aquel mal, no lo tenía claro del todo.

Coraje para continuar hacia delante, para seguir sobreviviendo hora tras hora, aunque para ello tuviera que hacer cosas terribles.

Esperanza porque sin ella no somos nada. Sin la Esperanza de algo mejor, de una solución a algún problema, de encontrar lo que buscamos, no somos nadie. Nos apagamos como las velas y esperamos a que nos llegue la hora. Y ella no estaba dispuesta a dejar que le pasara nada de eso.

Ver el paisaje de la carretera repleta no hacía más que incrementar el sentimiento de desasosiego en ella. Coches abandonados, coches estrellados, puertas abiertas con miembros colgando de ellas, cadáveres mutilados por doquier, ni rastro de nada que se moviera exceptuándola a ella. Había sangre en el asfalto, sangre en las ventanillas, en los capós de los coches, en los parabrisas. Era una escena dantesca que se repetía sin cesar kilómetro a kilómetro. Aunque tenía cuidado de no pisar los charcos de sangre en determinados tramos era completamente imposible. Los dos carriles de salida de la ciudad estaban completamente colapsados. Así que iba por la parte de la mediana cuyo sentido iba directamente hacia la ciudad. Muchos vehículos trataron de escapar de la ciudad también por esos carriles, el pánico tuvo que cundir y comenzaron los accidentes. Calíope se detuvo a escasos metros de la mediana cuando vio un vehículo de policía. Por fin lo que andaba buscando.

Se encontraba empotrado contra la mediana, pero con un poco de suerte podría encontrar algo que le sirviera. Se acercó con cautela, siempre sigilosamente, tratando de escucharlos, tratando de anticiparse a cualquier peligro. Subió la mediana y miró el coche con detenimiento. Parecía que el conductor estuviera empotrado contra el volante, el parabrisas se encontraba completamente agrietado por dentro y cubierto de sangre evitaba así que pudiera ver cualquier detalle del interior. Bajó de la mediana por el lado de la puerta del acompañante y despacio se acercó al vehículo. Escuchó por si había alguna señal que procediera de dentro del coche patrulla pero sólo percibió un leve chisporroteo. Lentamente abrió la puerta, con mucho cuidado y siempre preparada para dar un portazo y alejarse corriendo. El policía o lo que quedaba de él estaba muerto. Supuso que murió antes de que se lo comieran. No llevaba puesto el cinturón de seguridad así que tuvo que ser casi instantáneo. Ahora yacía sobre el volante, el mismo que le golpeó el pecho, sólo que sin tripas y sin piernas, todo devorado. Calíope estuvo a punto de vomitar, pero no lo hizo. Examinó bien el interior del vehículo: las llaves seguían puestas, el policía llevaba su pistola al cinto, la escopeta de dotación seguía en el medio del habitáculo, ni rastro del compañero aunque en su lugar había un buen reguero de sangre, la radio del coche chisporroteaba y no ofrecía señales de vida. Eligió la escopeta, en su opinión era lo más versátil, se la podría llevar ajustada a la espalda con un nudo corredizo, y en caso de encuentro sabía que sería mucho más efectiva que la pistola, por no hablar de que no había disparado nunca. Había visto muchas heridas de escopeta y tenía claro que sería mucho más sencillo alcanzarlos con un cono de postas que con una bala, o eso pensó en ese momento. Tampoco podía cargar en exceso, si tuviera que escapar de alguno de los más rápidos necesitaría ir ligera de equipaje. Cogió la escopeta y la cargó con todos los cartuchos que pudo, como había visto en las películas. El resto de cartuchos se los metió en los bolsillos con cremallera de la chaqueta. En total llevaba dieciocho cartuchos, menos daba una piedra. Se ajustó la correa a la espalda y continuó la marcha.

Llevaba recorridos prácticamente cinco kilómetros de distancia cuando se encontró con una imagen que le hizo detenerse. Era como si hubieran metido una sierra mecánica dentro de ese autobús, y hubieran esparcido los restos por toda la carretera. Empezó a andar despacio entre aquella casquería, prestando atención a cualquier ruido o indicio de actividad hostil. Vigilaba detenidamente las dos puertas abiertas del autobus esperando que algo saliera de ellas en cualquier momento. Repentinamente, un brazo salió de debajo de un coche al que distraídamente se había acercado demasiado y le asió el tobillo derecho. Asustada Calíope trató de zafarse pero la presa era muy fuerte, trató de apartarse y consiguió que el tronco superior de ese ser saliera de debajo del coche. Entonces le propinó una brutal patada en la cabeza con el pie libre, el infectado aflojó la presa y Calíope con un movimiento descendente le aplastó la cabeza contra el asfalto empleando para ello la culata de la escopeta.

Cuando sus pulsaciones se hubieron normalizado reemprendió la marcha sin más dilación. Se le estaba haciendo tarde. Mientras se alejaba no dejaba de pensar en lo que acababa de suceder, ese hombre, o en lo que coño se hubiera convertido, llevaba un uniforme de ATS, la alianza en su mano denotaba que estaba casado, probablemente acababa de matar al padre de una familia. Comenzó a sollozar, débilmente notaba como poco a poco su moral la iba abandonando. Maldijo entre dientes y enjugándose las lágrimas con la manga del chandal siguió corriendo.

Comienzo

martes, 6 de octubre de 2009


Despertó empapada en sudor, tiritando de frío. Esa noche refrescó bastante y la vegetación del solar tenía una fina capa de rocío. La humedad hizo el resto. Durmió prácticamente de un tirón, aunque la última pesadilla la sacó de su descanso. Se sentía dolorida y magullada. El dolor de la pierna había remitido un poco, pero en la cadera si presionaba le dolía a rabiar. La mañana era fría y después de haber pasado la noche al raso estaba más que constipada. Veríamos si no derivaba esto en algo peor. Se incorporó en su cama improvisada y miró directamente en dirección a la verja. Estaba cerrada. Escudriñó los alrededores y no vio nada ni nadie que no estuviera por la noche.

Se acercó lentamente a la verja, quería ver si tenía compañía antes de decidir cuál iba a ser su siguiente paso. Poco a poco se fue acercando pegada a la pared del muro para no ser vista desde la verja. Cuando estuvo ya al lado de la verja tuvo que asomarse un poco, ladeó rápidamente la cabeza y atisbó durante un segundo. Oyó un gemido. Al poco una vez resguardada de nuevo, oyó un par más. Volvió a asomarse desde su escondrijo, ahora los veía. Habían cuatro de esos seres, todos de pie, todos junto a la verja, todos hambrientos. Ninguno se abalanzó sobre la verja cuando ella asomó la cabeza, tampoco corrían ni se mostraban frenéticos como los otros. Sabía que no debía fiarse. Todos eran igual de peligrosos, unos por su número y otros por su rabia incontenible.

Se alejó y buscó la pared este sin perder mucho tiempo. Debía aprovechar las horas de luz para desplazarse y después encontrar un refugio seguro antes de que anocheciese. Mientras se dirigía a la pared echó un vistazo por el solar para ver si encontraba algo que mereciera la pena, quién sabe lo que la gente arroja en cualquier parte. Desgraciadamente no hubo suerte. Bien, el plan estaba claro. Habían aproximadamente nueve kilómetros desde la urbanización a la ciudad, los recorrería corriendo por la carretera principal, no creía que a estas alturas se encontrara con tráfico la verdad, y sería mucho más fácil ver si alguien se acercaba o la seguía que en calles estrechas. Quien sabe quizás se encontrara con algún superviviente, quizás fueran juntos a algún lugar seguro, quien sabe. La carretera contaba con dos carriles en cada sentido así que esperaba correr cómoda y en caso de imprevisto verlo venir con antelación. La suficiente como para desviarse a tiempo de un desafortunado encuentro.

Comenzó a calentar, quería quitarse el frío del cuerpo, tenía que desentumecer los músculos, además no sabía a qué velocidad le harían correr los bichos con los que se encontrara. No habían opciones, tenía que prepararse para cualquier cosa, trabajó bien los tobillos, no quería hacerse un esguince al caer del muro al otro lado. Se aupó a lo alto del muro, tumbada esta vez, preparada para dejarse caer por un lado o por el otro en función de lo que le esperara al otro lado de esa cara este. No había nadie. Se descolgó e inmediatamente comenzó a correr hacia su destino. Allí encontraría respuestas.

Cuando la tragedia sopla a través de tu vida como una tormenta, arrancándolo todo a su paso y creando el caos más absoluto, tienes que aguardar a que el polvo se asiente y es entonces cuando eliges. Puedes vivir entre los escombros y pretender que siguen siendo la casa que todavía recuerdas o puedes salir de entre los escombros y empezar a reconstruirla. Porque después de sufrir una catástrofe lo más importante es seguir hacia delante. Aunque si eres como Calíope lo que harás es perseguir a la tormenta.